Por Fernando Sánchez Resa.
Tras dormir bastante bien en aquella extraña cama, el despertar fue impresionante y molesto… Retumbaban (cual broncas voces) las docenas de cañones rojos, sembrando de metralla los tres cerros de la otra parte del río (distantes a tres kilómetros de nosotros), donde se defendían los bravos soldados de Franco, lanzándonos numerosas granadas cuyo estallido resultaba imponente. Era la primera mañana en la que nos despertamos con sonora música de guerra, hasta que fuimos acostumbrándonos en los cinco días siguientes. Al estar instalados en un cerrete, tan visible al enemigo, hubimos de marcharnos de esa casa para buscar mejor refugio.