Por Mariano Valcárcel González.
¡Que vienen los rojos, que vienen los rojos…! Y ahora sí que vinieron de verdad, se nos asegura. Nos acojonaron con su llegada, nos aseguraron males sin cuento, la debacle, el apocalipsis…
Vengamos al inicio, cuando todo nos era seguro, segura nuestra sociedad, seguras sus reglas de juego, seguras las alternancias y, lo más importante, seguros los repartos, los chanchullos, los pesebres… Todo estaba en su sitio y a conveniencia, el personal suficientemente contento y todo transcurría sin demasiados sobresaltos. Y así debería haber seguido, ¿por qué no? El árbol crecía robusto, pero por dentro comenzaba a pudrirse y peor fue el ataque de plagas exteriores, devastadoras.
Entonces surgieron los que sufrían directamente estas enfermedades y también los que temían ser alcanzados por las mismas y empezaron a protestar. Se manifestaban, chillaban, hacían caceroladas y sentadas en cualquier sitio o en las mismas narices de los poderosos, insultaban a los que seguían como si tal cosa comiéndose los frutos del árbol, o con más gula. A esta ralea se les llamó perroflautas, antisistema, vendepatrias, acólitos del jacarandoso caribeño o del melifluo persa, pero cuanto más protestaban o cuantas más cosas proponían, menos caso se les hacía. Con prepotencia (y cortedad de miras) se les ninguneó, se les indicó (e indica) con cinismo que si querían cambios políticos que entrasen en el juego político. La ceguera nos era tan acusada que ya no pudimos “ver”, incapaces de imaginar que nuestro mundo perfecto no lo era tanto, y por ello concebir otro que resultaba imposible.
Los perroflautas han acudido a jugar en el juego establecido y, para sorpresa nuestra, resulta que creen saber jugar y hasta ganan partidas. El juego de dos se ha convertido en juego de cuatro (e invitados ocasionales) y los nuevos quieren ganarlo todo e incluso cambiar las reglas del juego.
«El cielo no se gana, se conquista al asalto» ‑decía uno de ellos‑. Palabrería de consumo revolucionario, tal que ahora volviese el acorazado Aurora a tomar el Palacio de Invierno. Consignas para enardecer a la tropa incondicional, la de choque. Faroles en la jugada, que de veras se gana juntando puntos. Sin embargo, entre ellos los hay muy faroleros.
Y ahora ¡que vienen los rojos!, que han entrado en el sistema aprovechándose, confabulándose contra nosotros y resulta que (como en otros casos solíamos decir) todo ello es legal. Nos quedamos estupefactos, sin aliento. Tomaron al pie de la letra nuestras insidiosas indicaciones y ahora están ahí cortándonos el camino. No han logrado tomar nada al asalto, es cierto; pero sí que han avanzado posiciones y ocupado plazas fuertes. Eso no era lo previsto ni lo deseado (era, sencillamente, impensable).
¿Qué van a hacer ahora? Puede que equivocarse, lo que tiene posibilidades y nos conviene. Puede que se crean lo del asalto al cielo y pretendan abarcarlo todo sin ton ni son; puede que crean llegado el tiempo de la Revolución (así, con mayúscula), tan cruda de aplicar. Los cantos de sirena del pasado irreal e imperdonable puede que les sirvan de guía y desnorte… Si lo hacen caerán por sus mismas necedades; Goya ya lo escribió y dibujó: El sueño de la razón produce monstruos.
Por si acaso, ya nos ocupamos de hacer lo mejor que sabemos (y siempre nos dio buen resultado), que es lanzar a nuestros perros de presa (¡qué diferencia con los perroflautas!), bien pagados periodistas y voceros varios en campañas de descrédito, una tras otra, sin descanso. Ataques feroces que irán minando las fortalezas de su credibilidad; y aquí no hay cuartel ni blandenguerías, ni cuestionarse verdad o ética; aquí hay una lucha que por todos los medios habremos de ganar.
El problema y la debilidad de estos rojos son sus propias contradicciones, enfrentamientos y sectarismos excluyentes. Si no logran (generalmente por las malas) constituirse en “partido unificado”, y único, entre ellos se destruyen. Así que esperanza tenemos de que duren poco sus inestables coaliciones y acuerdos. Mas si se centrasen, si conservan las mentes frías y precisas, si empiezan a cumplir las promesas dirigidas a mejorar la situación de sectores afectados por el capitalismo feroz e insolidario, si ejercen su administración con honestidad ejemplar, si van consiguiendo la reforma del sistema sin alteraciones inútiles o traumáticas, entonces sí que será cierta la pérdida de nuestro poder e influencia, hasta ahora tan poderosamente intocables. De ahí la importancia del plan anterior y de su estrategia.
¡Ah!, y que no se le ocurra pensar a nadie si esto pudimos haberlo evitado; si tanto nos costaba responder a algunas de las demandas que se nos hacía; si, con un poquito de mano izquierda y concediendo ciertas minucias, el clamor de las gentes no habría sido acallado; nada de preguntarse el porqué de lo de ahora. Que a lo hecho, pecho, como debe ser.