48. Trabajando

Por Fernando Sánchez Resa.

A partir del siete de mayo, el tiempo se estabilizó, al igual que nuestras salidas diarias al campo. Tras tomar un poco de café, cogíamos nuestras herramientas al hombro y marchábamos a trabajar hasta que regresábamos para comer. Por la tarde, repetíamos la misma operación hasta que oscurecía…

Trabajábamos por parejas, abriendo las nuevas trincheras que requería una guerra moderna. Mi compañero se llamaba don Melchor Ferrer Dalmau. Era catalán; excombatiente (dos veces herido en la Gran Guerra); corresponsal de varios diarios parisinos en Argelia, Marruecos, Mesopotamia, India y Extremo Oriente; y director, también, del “Eco de Jaén”, diario tradicionalista. Era católico a macha martillo, buen carlista e ilustradísimo, aunque una nulidad como trabajador, como quedó demostrado durante los cuatro años que intervino en la Gran Guerra, primeramente cavando trincheras y, ante su falta de aptitud, destinado al cuerpo de transmisiones. Ahora, hacía lo que buenamente podía… Fumaba en pipa y tenía larga barba; hasta en eso lo imité, pues también yo me la dejé crecer. Siempre iba cantando canciones guerreras en francés, por lo que caía simpático y siempre teníamos al lado algún guardia que conversaba amigablemente con nosotros…

A mitad de junio, empezamos a construir trincheras y refugios en medio del campo. Era un trabajo inútil, pues, poco a poco, todo se iba desmoronando; y, además, peligroso, ya que era un terreno movedizo en el que se desplazaban grandes bloques de tierra. Milagroso fue que no sepultasen a alguien…

En julio, nos destinaron, con otra pareja, a lo alto de un cerro para sacar piedras de unas canteras. El trabajo no era malo, pero sí el sitio: un descampado donde los calores eran extremos (especialmente los días 17 y 19 de julio y el 9 de agosto), pues no había agua y pasamos mucha sed. ¡Cuánto calor y cuánta sed pasamos aquellos días! La de veces que recordé lo que padecieron San Clemente y demás cristianos en las canteras de mármol de Quersoneso… Aunque tuvimos suerte con el capataz pues, a veces, se compadecía de nosotros y nos daba de merendar pan del pueblo y melones de las huertas vecinas; también lo hacían los guardias, convidándonos a melones y sandías. Gracias, quizá, a que sólo eramos cuatro presos…

Úbeda, 10 de febrero de 2015.

 

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