Tarde de invierno

Por Mariano Valcárcel González.

En una excursión colectiva por tierras extremeñas, recalamos en un poblado nombrado Garganta de la Hoya, dentro de lo que venían en llamarnos “Ruta del Emperador”.

De todos es sabido que el César Carlos decidió allegarse a estas tierras del norte de Cáceres para irse yendo poco a poco… Decisión que, no dudo, fue influida por diversos ataques que sufría, como la pertinaz gota (no de agua precisamente), los perseverantes luteranos que no cejaban en el empeño, los de sí propio en sus fases de melancolía y me temo que cierto hartazgo del cerrilismo ibérico, encarnado en tanto fraile y cura (que, aunque católico monarca, no cerró el camino humanista hacia la modernidad). Paradójicamente, se metió en aquestos parajes agrestes y de lado de la mano de Dios, tal que sintiera cierta compulsión a las penitencias de los antiguos anacoretas (cosa que él nunca fue). Prueba es que se dice que allá cerca, en Cuacos, hizo que viviese un mozuelo, fruto de sus polvos imperiales (o reales, vaya usted a saber la categoría de cada acto), al que se nombró luego como don Juan de Austria, para dolor de cabeza y celos del hermano rey.

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