Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4.- Por duros que parezcan, todos los hombres son humanos.
No sé por qué tuve la sensación de que algo así podía suceder. Fue como un presagio. Al cruzar la delgada garganta que penetra en el valle, ocurrió lo inesperado. Faltaban unos trescientos metros para llegar al santuario; el tren se adentraba en un gran circo de nieves y ventiscas, cuando ‑de pronto‑ chasqueó la cremallera varias veces; el maquinista trató de reanudar la marcha, sin resultado, y el tren se detuvo. A lo lejos, varado en aquel océano blanco e inmaculado, se adivinaba el contorno secular del santuario convertido en hotel. La nieve acumulada llegaba a la mitad de la cabina; la gente soliviantada no sabía qué hacer; y Escudé, muy activo, intentaba infundir tranquilidad a los viajeros.