Por Fernando Sánchez Resa.
Comenzamos el año (y el mes) inaugurando el anunciado viaje cinematográfico a Italia, pues de los cuatro recorridos que haremos durante este frío mes de enero, el de hoy, miércoles (día atípico para los amigos del Cineclub El Ambigú, por ajustes de calendario del ayuntamiento ubetense), nos regala el film Almas sin conciencia (Il bidone, 1955), traducción libre de La papelera, según nos explica sabiamente Andrés. Es una versión original en italiano, subtitulada en español (VOSE), del segundo film de la “trilogía de la soledad”, de Federico Fellini, basado en hechos reales. Se rodó en exteriores del Acueducto del Agua Feliz, Cerveti y Marino (Lacio, Roma) y Roma y en los Estudios Titanus (Roma).
En los inicios de la sesión cinematográfica, al ser en día diferente al habitual, hay poco personal, hasta que van acudiendo casi todos los incondicionales de siempre, con mayor presencia femenina, y una pareja de ingleses, a quienes amablemente Andrés traduce algunas frases o comentarios. También explica que la película tuvo menos éxito inicial del esperado, pues llegó tras La Strada, también de Federico Fellini, donde Giulietta Masina (su esposa), interpreta un breve pero deslumbrante papel; aunque, al no obtener el éxito esperado, en el transcurrir del tiempo (este filme) se ha colocado en el lugar que se merece, tanto por la historia que relata como por la fotografía social que muestra.
Cuenta la historia de una banda de cuatro timadores sin escrúpulos. Augusto (Broderick Crawford), Roberto (Franco Fabrizi), Carlo “Picasso” (Richard Basehart) y el Barón Vargas (Giacomo Gabrielli) estafan continuamente a pobres e impresionables gentes de los alrededores de la ciudad de Roma, sin querer tener conciencia ni compasión de lo que hacen, pues las esquilman para su propio enriquecimiento; aunque, en realidad, van malviviendo y llevan unas vidas de crápulas, con dejes de pequeña mafia, que se ayudan para sacar dinero y no saben más que malgastarlo en juergas y fiestas vanas, quedándose al poco tiempo sin blanca; lo que les sirve bien poco: como a Augusto al que meten en la cárcel y, a su salida, prosigue con el mismo comportamiento (como le suele ocurrir a cualquier drogadicto o delincuente: que vuelve a su mismo tipo de vida, enrolándose en su anterior entorno y/ o banda, tras salir del trullo), sin que tenga cargo de conciencia ni propósito de enmienda.
Vargas es el cerebro del grupo y quien prepara los golpes. Augusto, que se siente atrapado por la edad (48 años) y la soledad, es el ejecutor. Roberto desea imitar a Johnny Ray, tratando de divertirse y gozar de la vida. Carlo, que está casado con Iris (Giulietta Masina), es un pintor frustrado y roba para sostener a su familia. Son personas sin consistentes ataduras morales, que no tienen miedo a nada ni a nadie, y que caen (una y otra vez) en el propio fango social y escasamente ético en el que nadan diariamente, sin importarles hacer el mal, con tal de conseguir sus objetivos chantajistas o engañosos…
El relato va tocando diferentes clichés personales o sociales: la exploración del patetismo de los timadores, los timados y las situaciones que provocan; la gradual emergencia de la mala conciencia, el desasosiego moral y el rechazo interior de los timos… El filme, al estar libre de sentimentalismos, dibuja la soledad, los sentimientos de culpa, los deseos de redención, los inalcanzables propósitos de enmienda…; siendo a su vez un canto a las personas normales, denigrando (sin piedad) a los personajes que representa en pantalla; como le ocurre a Augusto, cuyo final es el que todos esperábamos…
Con esta primera incursión a nuestra vecina Italia, más que disfrutar del paisaje romano y de la ciudad eterna, apreciamos los recovecos de pobreza que le circundan; todo ello a base de una estupenda fotografía, un vivo lenguaje propio del hampa en que se desarrolla, aunque a veces con dejos de sutil y delicada poesía, como la que se respira con la hija de Augusto o con la mujer e hija de Picasso…
Esta producción supone un viaje en el tiempo, en el que la pobreza, la miseria y el realismo social confluyen en todos sus fotogramas; todo ello imbricado de una implacable y aguda enseñanza, que varios proverbios nos adelantan: «El que a hierro mata, a hierro muere», «Dime con quién andas y te diré quién eres», «Dios los cría y ellos se juntan», siempre buscando engañar al prójimo sin poner freno a sus barbaridades… Y es que, lógicamente, si no hay moral individual ni social, ni espíritu de trabajo y honrado proceder, estamos ante el caos personal y social más proclive para que no se respete nada: ni la propiedad personal o familiar, ni el dinero, ni las creencias cristianas, ni siquiera integridad personal…; todo se va al garete entre personajes de mal vivir, como los que Fellini nos presenta.
Por eso, aunque visionamos la versión más corta (de poco más de ochenta minutos) y no la larga (de más de dos horas), sirvió igualmente para degustar este cine de autor que nos describe ambientes y personajes de mediados del siglo pasado, cuando todo se veía en blanco y negro y el color real de la vida (también con sus claros y oscuros, entremezclados) se reservaba para más adelante, en el cine; sin que el blanco y negro desmereciera para nada, expresando ambientes, personajes, paisajes desolados y solitarios cual talismán que sólo el espectador avezado sabe apreciar…
La excelente música de Nino Rota refuerza el aire melancólico y dramático con melodías jazzísticas excelentes, añadiendo canciones del momento en las escenas de las fiestas sociales. Así mismo, la sentida y matizada interpretación de Broderick Crawford, tan rica en matices; la fotografía de Otello Martelli, que realza el realismo y el sentido tragicómico; y, sobre todo, la soberbia dirección de Fellini, que sabe meternos fácilmente en la psicología de sus personajes, que se autocuestionan y evolucionan a lo largo de toda la obra, introduciéndonos a mitad de la narración nuevos personajes (como la joven hija de Broderick Crawford) que enriquecen la trama principal, hacen un fiel retrato de una sociedad italiana que bien podría reflejar los comportamientos culturales y sociales de la sociedad más actual…
La noche, tanto en la sala de proyección como fuera, no es demasiado gélida, aunque ya propia del invierno en el que nos encontramos; y sirve para que, una vez acabada la función, se produzca la consiguiente y rápida diáspora en la que cada aficionado cinéfilo va charlando sobre esta película u otros asuntos; además de ir rememorando esas impactantes imágenes y esa certera moraleja que su genial director nos ha impreso en la conciencia: «Si practicas habitualmente el mal, perecerás en él».
Úbeda, 8 de enero de 2013.