La inteligencia hecha “genio”

Esto era una vez…

Un niño muy inteligente que, cuando se enfurruñaba, no había quién lo aguantase pues desbordaba agresividad y “mal genio” en su maleducado comportamiento. Por eso, siempre le repetían sus padres y sus maestros: «¡Tienes que templar tus nervios si quieres tener buenos amigos; si no, todo el mundo te va a rechazar, pues va a comprobar que eres un niño violento!».

Aunque su aguda y perspicaz inteligencia le permitía coger los conceptos matemáticos o científicos a primera vista; sin embargo, en las redacciones, a no ser que fuese un tema que mucho le atrajese (el metro de Barcelona, La Sagrada Familia de Gaudí…), las palabras se tiraban, rumiando en su cerebro, excesivo tiempo sin querer ni poder plasmarlas en el papel…

Hubo de pasar bastante tiempo hasta que quiso y pudo controlarse; entonces aprendió a dominar sus impulsos agresivos y comprendió, al fin, que los demás también precisaban hacer lo mismo (la convivencia en sociedad, así lo exige); convirtiéndose en un inmejorable alumno (e hijo…), que fue ascendiendo ‑fácilmente‑ todos los peldaños de su carrera personal y profesional, completando (mientras tanto) dos difíciles carreras técnicas, ingeniería y arquitectura, por el precio y el tiempo de una. No tenía parangón ni nadie que le igualase; por lo que, muy pronto, encontró trabajo en una afamada multinacional, incluso antes de salir de la universidad: “los número uno” tienen esa suerte ganada…

Y, cuando tuvo hijos, fue cuando comprendió lo difícil que era su educación, mostrándoles todo lo que había aprendido por propia experiencia: que sabiendo conjuntar, en su justa medida, genio e inteligencia, no hay barrera que te detenga, pudiendo alcanzar cualquier meta añorada…

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