1.- La lesión de Balastegui.
Había perdido un tiempo precioso, pero no me rendí: recordé la carta del cura de mi pueblo, llamé al Presidente de Ayuda Social Cristiana y me dijo la secretaria que estaba de viaje; escribí cartas a los colegios de jesuitas, haciendo constar que era antiguo alumno; compré La Vanguardia, subrayé anuncios; me gasté un dineral en fichas de teléfono y llamé a un sinfín de números sin resultado. Empecé a comprender que encontrar un trabajo en Barcelona no era una cosa fácil. No obstante, como en todos sitios me trataban con mucha corrección, confiaba en un final feliz, como en las películas de Hollywood. Yo estaba dispuesto a trabajar en cualquier cosa que me permitiera malcomer y pagar la pensión. Pensé en suprimir el desayuno y cenar un bocadillo; me propuse renunciar a cualquier diversión y pasarme estudiando los fines de semana; pero, a lo que no quería renunciar, era a estudiar en la universidad. No obstante, sólo faltaban unos días para que empezaran las clases, y seguía sin trabajo.