1.- El ardid de la madre superiora.
Durante algunos días estuve ilusionado con la idea de recibir la llamada de los estudios de televisión; pero, poco a poco, fue tomando cuerpo en mi cabeza el convencimiento de que nunca me llamarían. Aquellos contratiempos empezaban a hacer mella en mi moral. Recordé los consejos de Benitiño y decidí olvidarme de aquel disparate y buscar cuanto antes el primer empleo que me propusieran. Por falta de empeño no iba a quedar. Renuncié a los desvaríos de “El Colilla”, que me había prometido trabajar como oficinista en unos laboratorios y me ofrecía para cualquier tarea en la que solicitaran personal. No despreciaría ningún trabajo por humilde que fuera.