Fiestas entrañables

Fiestas navideñas pasadas. Entrañables fechas en las que el Vuelve a casa por Navidad se ve y se oye con emoción. ¿Quién no ha tenido o tiene seres queridos en la distancia…? Vuelve a casa, vuelve… ¡deseo de tantos!

Fiestas navideñas en las que, antes y durante, se celebran reuniones familiares o de empresa, de conocidos y amigos, de antiguos compañeros. Comidas o cenas en compañía de los que están o de los que, al fin, volvieron. Entrañables celebraciones.

En Durango, en un antiguo matadero, se reunieron para comer casi ochenta personas. Convivencia navideña. Cualquiera podría suponer que eran antiguos conocidos y compañeros de colegio, de instituto, de universidad, de trabajo, incluso de seminario… Nada de particular. Espíritu navideño de paz, buenos deseos, empatía con los sufrientes; mientras se comentan cosas, aquellos años vividos, los que no están aquí, cómo nos defendemos en la crisis, los problemas o alegrías familiares… Tal vez un intercambio de fotografías de hijos o nietos. Recuerdos y brindis en la gran sala. Tal vez, de fondo, suene una música navideña. Hay algunas, mujeres; la mayoría, hombres. Una imprescindible foto del grupo, con caras curtidas; caras tal vez de marineros secadas al salitre y al sol; de agricultores y pastores azotadas por el viento, el aguacero y las nieves; de forjadores o metalúrgicos, surcadas de marcas al hierro vivo… Algún rostro disonante, como aniñado o inocente, de cepa eclesial o de tenedor de libros, terso y transparente. Rostros del viejo País Vasco legendario.

Sus ojos duros, mirando a la cámara, desmienten nuestra primera impresión. Algo hay disonante en esa aparente reunión fraternal, en esa comida navideña, en esos rostros que no festejan nada. Que no festejan nada, porque no pueden o no deben festejar, aunque esa sea la intención. Se cumplió en ellos ese Vuelve a casa por Navidad, es cierto, pero no declararán de dónde y por qué volvieron. Llevan sobre sus espaldas (no creo que sobre sus conciencias) múltiples asesinatos. Sí, son asesinos. Ellos lo achacan a un permanente conflicto, que únicamente existe en sus mentes atrofiadas, de tarifa mental plana.

Han vuelto por el imperativo legal, paradójicamente, que tanto odiaban y ahora les beneficia. Pero, en lugar de asumir sus culpas y contradicciones, y quedarse en un plano lejano y bien callados, sacan pecho y, como cualquier grupo de compañeros, se reúnen en comida navideña. Y largan su sermón. Síntoma y prueba del mal de sus almas: mal que recorre todo el País Vasco. Mal de inmoralidad absoluta. De falta de empatía con el sufrimiento de quienes no pertenecen a sus clanes (o se excluyen). Mal de hipocresía social y religiosa, alimentado y justificado con cuentos y prédicas.

Paz. Dicen que quieren la paz. Sea. Ciérrense exclusiones y exclusivismos, actitudes, zulos y conciliábulos. Siglas. Entréguense las armas. Tiéndanle las manos a quienes ofendieron, mirando a los ojos. Esa es la valentía real, no la de supuestos soldados de la patria vasca que matan a traición. Y unos y otros se sientan en paz, sin más eufemismos, preámbulos ni condiciones (eso que yo no creo ‑lo siento‑ imposible).

Frente a los anteriores, están los del agravio, la ofensa y el delito recibidos. Que han hecho bandera, no de su recuerdo y reivindicación legítima, sino del oportunismo social y político. El dolor personal es eso, personal e intransferiblemente legítimo, íntimo; pero esto, que es patrimonio del alma, no puede ni debe ser capitalizado con fines muy sectoriales y partidistas.

Alrededor de las llamadas Víctimas del terrorismo, se ha tejido un entramado vocinglero y oportunista, portador de banderazas y pancartas, que se han dedicado a atacar al gobierno de izquierda (manejando verdades, medias verdades y mentiras descaradas), en beneficio de la oposición de derecha, que los ha utilizado como eficaces arietes. Han utilizado el motor del sufrimiento, tan grande, sin reparo. Algunos de los muñidores y organizadores también han utilizado (o lo han intentado) a las víctimas en sus personales intereses.

Ante la realidad de la situación ‑el posible final de la violencia‑, se negó tal posibilidad, porque no se hizo pedagogía constructiva cuando se debía (interesando, a corto plazo, forzar la apariencia de perpetua zozobra y afrenta sin final ni salida alguna; me temo que hay quienes se benefician descaradamente de esta perenne situación). No se realizó la preparación para un cambio de mentalidad y ahora, ahora, muchos se sienten traicionados, y se revuelven contra sus antiguos animadores políticos. Si se piensa que los asesinos van a ir en masa a hacer penitencia ante sus víctimas, van equivocados. Si se piensa que las víctimas (sus afectados) van a lograr que se les meta a todos en la cárcel y que no vuelvan a salir, van equivocados. Si se les ha prometido alguna vez lo anterior, les mintieron.

Ya es tiempo de que unos y otros cambien de mentalidad.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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