Pan con pan

Un anuncio en la TV me lleva hacia atrás a velocidad de vértigo. Una madre convence a su hija de lo mágico que es comerse un bocadillo de pan con pan.

Pan con pan. Pan y nada. Pan y agua.

Pan y agua, comida de presos. Mi madre, cuando no había nada más, nos daba de cenar picatostes mojados en aguasal. Sí, pan y agua salada. Esa era nuestra ilusionada cena, al igual que la niña del anuncio, cuando no había ni leche para mojar los picatostes. Eran más de las deseadas esas noches sin leche (menos mal que al menos casi nunca faltaba por la mañana).

Ahora veo ese anuncio y me encuentro de vuelta a esos años.

Cuando se carecía de todo. Cuando no había ni para comer en condiciones. Sí, cuando los hijos de los pobres, y sus pobres padres, tenían que ajustarse a una magra dieta mediterránea, que nos mantenía con el peso escaso. No había obesos. Bueno, sí que los había, porque los había que no compartían el sufrimiento de esas circunstancias. Para ellos había siempre leche, como ahora. Son los nietos y los hijos de aquellos anteriores, de los que no sufrían y ahora tampoco, son… los de siempre.

Esos que no se enteran o se desentienden de la realidad que hay a su alrededor; los que dan por cierto que no pueden vivir por debajo de su nivel o condición, pero que también dan por cierto que los demás sí que pueden vivir con sueldos menguantes o con lo que se llama salario mínimo. Los nietos o hijos de los que no tienen que comer pan con pan, por mucha magia que se le quiera echar. Y les importa un bledo si se emite el anuncio o no.

Pero uno tiene memoria y ellos, los de aquellos tiempos, también. Otra cosa es que queramos recordar.

Cuando se habla de memoria histórica, se están confundiendo los términos. La historia ya es memoria, no hace falta nada más, porque la forman los propios recuerdos; así que existiendo recuerdos y siendo fijados adecuadamente para que queden fijos, tendremos historia. Las gentes tienen memoria, ¡ya lo creo que la tienen!; pero otra cosa es que quieran recordar. Omitiendo los recuerdos se omite la historia. Hay que tener memoria pues, pero hay que fijarla.

Yo recuerdo esos picatostes con aguasal y esos recuerdos son mi historia. Mi padre recordaba, pero no quería decirlo. Muchos prefieren recordar en silencio y eso hay que respetarlo. Al iniciar la Transición, se admitió la amnistía con carácter retroactivo y con todas sus consecuencias. Se aceptó la omisión de los recuerdos, que no de la memoria siempre existente. Ahora se confunden los términos y no sólo se pretende el recordar, sino el ir a sus retroactivas responsabilidades. Antes, durante los años de la dictadura, se abortaron los recuerdos pretendiendo que también se perdiese la memoria y así cambiar la historia. En apariencia, todo el mundo se volvió amnésico, porque hasta la memoria de los vencedores no era tal, sino una manipulación selectiva de la misma.

Hay que airear los recuerdos. Para que se sepa la verdadera historia, pero nada más. Pedir, a estas alturas, respuestas sancionadoras es incongruente (por la amnistía) y guerra civilista. Caiga la fuerza de la verdad, sancionadora en sí, sobre los actores del drama. Sean descubiertos en sus crímenes, su inmoralidad y su descrédito. Dígaseles bien claro a nietos, hijos y padres que ellos nos persiguieron, humillaron, expulsaron, calumniaron, robaron, violaron, atormentaron, asesinaron. Con nombres y apellidos, para su vergüenza y oprobio.

En mi recuerdo, mis años infantiles, mi familia con sus limitaciones y estrecheces. Mi desprecio por quienes fueron y ahora son beneficiarios de la pobreza ajena. Nietos, hijos, padres…

Creo que este es el verdadero sentido de la memoria histórica: señalar sin reservas a quienes lo fueron, lo consintieron, lo hicieron (y ahora lo son, lo consienten y lo hacen, al igual que sus ancestros). Y no saben ni entienden de bocadillos del pan mágico que el hambre provoca. Porque luego vendrán generaciones que quieran comprender lo que ahora nos pasa.

Y también, en mi recuerdo, el tazón de leche y la cuña de queso que nos daban para desayunar, tras ayudar a misa en los jesuitas, por las vacaciones. Eran del tamaño que desconocíamos en nuestra casa. Recuerdo de niño rico.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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