Aunque ya largué sobre estas especies que abajo detallo, nunca es momento inoportuno ni tiempo insuficiente para volver sobre el tema, para profundizar en el conocimiento y divulgación, cuasi científica de las tales. Y contribuir a la necesaria vigilancia y prevención que el trato, cultivo y convivencia o roce con las mismas se necesitan.
Cierto que cada una tiene sus particularidades y no son igualmente peligrosas.
Me refiero a las siguientes especies del género tonto. Está el tonto de constitución, o séase que de nacimiento. Luego viene el tonto integral, que podría derivar del anterior pero sobredimensionado. El tonto útil figura como serlo por oficio. Hay que contemplar la existencia del tonto con mala leche, que es especie a prevenir. Aparece también el tonto ficticio, o que se lo hace.
La primera clase, el tonto constitutivo, es la menos peligrosa y también la más digna de atención y cariño. Por desgracias de la vida, estos sujetos nacen y ahí están, viviendo ajenos las más de las veces a sus carencias, creo que felices si los dejan, con sus limitaciones intelectivas que los mantienen en la planicie de las ideas, que no en la carencia de sentimientos. Al contrario, a veces son de sentimientos y querencias fuertes y leales incluso con quienes les hacen mal. Siempre se dijo de ellos que no tienen malicia. Inocentes absolutos.
La incultura y maldad intrínseca de las gentes, en especial en los medios humanos donde la cerrazón física y mental es endémica, en esos pueblos arrasados de todo menos de instintos sádicos, los tontos de nacimiento han sido objeto de burlas, vejaciones y persecuciones sin cuento. Los “listos” se han ensañado con ellos para provocar la soez carcajada y el jolgorio de la concurrencia. Gracias a Dios, eso ya no se va viendo, se va perdiendo y diluyendo entre mejoras de vida y de conciencias.
El tonto integral lo es porque, sin saberlo, ni reconocerlo, tiene tan pocas entendederas como el anterior. Que es tonto, todo el mundo lo sabe, menos él. Y dándoselas de listo y muy entendido en diversas materias (si no en todas) va desbarrando en ellas, metiendo la pata por doquier, pontificando ex cátedra y no admitiendo réplica ni corrección. Pero le sale la vena estulta a cada ocasión y en cada tema en el que interviene, demostrando su falta.
Necesita de otros que vayan posteriormente (o con antelación, previniendo) reparando los desperfectos que el anterior va dejando por doquier. Tiene cierta peligrosidad por las consecuencias indeseadas que deja, no por su maldad, que en sí no la tiene. Sólo es cuestión de controlarlo a tiempo.
Ya me explayé una vez disertando sobre el tonto útil. Sencillamente es el que sirve a otros sin sacar provecho de ello. No es que sea desprendido o altruista; es que se brinda a todo (sobre todo si quienes lo requieren son poderosos o representan cierta autoridad o categoría social) sin reparar en lo que le ordenan o piden, ni en el esfuerzo que ello le puede suponer; sin reparar, tampoco, en el camino que deben recorrer y si en el mismo debe dejar a otros, si perjudica a los demás o a sus cercanos.
Su única satisfacción es el arrimo a la sombra del poder, real o supuesto, salir en la foto (nunca falta su careto entremetido como el zapato con el calzador), que se le brinde una caricia, una mirada, una mención, una limosna de estima. Son mendigos del cariño. Por un detalle del superior matan: se sienten pagados. Obran como perros fieles que son pateados de vez en cuando, pero traen en la boca la pieza, moviendo frenéticamente el rabo. Yo creo que tienen un poso de masocas en sus profundidades.
Derivan, en cruce de los dos anteriores, los tontos con mala leche. Son herederos directos, pero mucho más peligrosos. Porque la mala leche les da una pátina cruel. Hacen daño a conciencia. Su especialidad es enmerdarlo todo y a todos. No dejan títere con cabeza, si con ellos suponen obtener ventajas, trepar por encima de los demás con malas artes, que ello es su fin aunque, como pertenecen al género tonto, al fin y al cabo sus maniobras son torpes, visibles y muchas veces ineficaces. Pero incordian lo suyo.
Los de mala leche logran poner de ídem a quienes tienen alrededor y terminan siendo, de tan conocidos, huidos de los demás. En cuanto son calados, son ladeados, lo que les genera más afrenta y motivación para despotricar de los demás, culpándoles de sus fracasos. Así se genera la espiral de acción‑reacción entre ellos y los demás. Muy peligrosos. Pueden terminar en ser asociales.
Falsos tontos son los que se lo hacen. En realidad son más listos que los que se creen listos o lo demuestran. El tonto ficticio va por la vida enterándose de todo, pero fingiendo no hacerlo. Así puede elegir sin levantar sospechas, adelantar el camino a los demás. Se aprovecha sin escandalizar y sin generar incordio.
La principal característica del tonto fingido es que puede, o eso pretende siempre, eludir sus responsabilidades. No sabe nada, no oye nada, no hace nada que sea reconocidamente inconveniente, delictivo, consecuencia de sus actos. Ni de los actos de los demás, que de ellos ni conoce o conocía, ni controla o controlaba, ni es responsable. Si se encuentra en la tesitura de dar cuentas de ellos (o de otros), por mera consecuencia de su cargo u obligación aducirá desconocimiento absoluto, con toda la cara dura que le es posible. Y pretenderá que se le crea. Esta especie hoy día abunda bastante por nuestra España, su hábitat común y donde mejor se ha venido desarrollando. Por sus consecuencias, peligroso.