Paciencia

Cambiamos la “santa intransigencia” proclamada por Monseñor por la “santa paciencia” aconsejada por el Presidente. Todo virtud, pues todo se encamina a nuestro bien.

El bien que justifica los medios y los medios que se justifican por el bien común alcanzable tras un ejercicio largo y tendido de santa paciencia. Porque no hay que dudarlo, que la meta se alcanzará. Dentro de dos, tres o trescientos años, pero se alcanzará, como la alcanzaron los israelitas tras cuarenta años de penar por el desierto.

A la vista de lo que debieron caminar y por donde se entiende que ese peregrinar fue un castigo inducido, pensado y planificado por los sacerdotes Moisés y Aarón para purgar a la generación que salió de Egipto y, entre otros fines, que no llegasen a la meta con las mismas ataduras que tenían al salir (costumbres, ideas, religión). Mas era de fuerza que los mismos que marcaron esa derrota y bajo tales premisas sufriesen las consecuencias: Moisés no entró en la tierra de promisión, aunque le quedase a la vista. Reo de su destino.

Busquemos similitudes. Las podremos encontrar.

Paciencia y a barajar. La partida puede ser larga. La partida está amañada, desde luego. Los fulleros tienen las cartas marcadas y todos lo sabemos. Pero nos inducen, ¡qué nos inducen…, nos ordenan!, a seguir jugando. Para que apostemos cuanto nos quede, que va quedando poco; pero lo debemos poner sobre la mesa, para que nos lo quiten en apariencia de forma legal. Jugaremos sin levantarnos de la mesa, hasta quedar agotados; no se nos permitirá ni ahora ni después salir del juego. Es como en las peores timbas de garitos infectos, que encima, si nos canteamos, nos pinchan (o nos quiebran las piernas).

El piojo nos va pinchando para sacarnos metódicamente la sangre y nosotros le decimos como el carretero de la venta, «Paciencia piojo, que la noche es larga», porque ya sabemos que el piojo hace lo que debe, aunque nos moleste.

Chupando y chupando secan la mata los pulgones. Que son muchos. Tan obcecados están en hacerlo que no conciben que, si acaban con las matas, acaban con su provisorio. Aunque les importa un comino, son previsores; saben que a sus descendientes les corresponderán otras matas. No tengo que descubrir la metáfora, pero lo hago: los pulgones, como los piojos, son los capitalistas y sus asociados.

El capitalismo no entiende de nada que no sea su ego, su engorde. El capitalismo no lo será si piensa en el reparto. Va en contra de su naturaleza, como el no picar del piojo. Cuando el capitalismo ve que sus recursos merman, o que sus yacimientos de riqueza flojean, cuando va acabando con el capital que lo sustenta (porque ya está copado por las minorías más prácticas y efectivas, aunque la riqueza ni se crea ni se destruye sino que se transforma y desplaza), va y busca otras fuentes. Acabado el reparto o acaparamiento de capital financiero, capital monetario, capital productivo e incluso capital político, se lanza contra el poco capital que tienen los trabajadores: su trabajo.

El obrero o trabajador sólo tiene un capital a mano, ya dicho. Del trabajo obtiene los derivados necesarios para vivir: dinero para sustentarse, para su salud, para su ocio, para su retiro. El capital acumulado, conservado y luego en disposición de disfrutarlo, que tiene el obrero, es su pensión, su retiro. Ese es su patrimonio.

La voracidad del capitalista llega hasta querer lo anterior. Quiere quedarse con todo y lo quiere ya. Hasta lo único que tiene el trabajador, su único capital. De camino vamos ya irremisiblemente. Las medidas adoptadas en los últimos años (y especialmente en el último) van directísimamente hacia ello. Las intocables rentas del capital fagocitan a las del trabajo. Menos salarios que debilitan su función de sustento y seguridad en quienes los reciben. Y su ocio, que es limitado brutalmente cuando se le aumentan al obrero las horas de trabajo. Y con ello su atención y disfrute familiar. Queda como mero instrumento en la cadena productiva. Rentabilidad y eficacia. La merma de sueldo cotiza a la baja la renta del trabajo y su disfrute: la pensión.

Es lo último de lo que el trabajador podía disfrutar, como consecuencia de su inversión vital. Pues eso único también le es quitado ya, arrancado, robado por el capitalismo depredador. Se le termina diciendo que no tiene derecho a ello; se le inculpa, se le responsabiliza de ser la causa del desajuste, del desequilibrio en las cuentas. Cuando ese desequilibrio lo provocaron, desde hace, quienes de su platillo retiraban su parte para largarla, vía estupendos y consentidos canales defraudadores, y que no se les tuviese en cuenta.

Paciencia se nos pide. ¿Para qué?, ¿qué se nos promete, qué tierra de leche y miel…? Si nos dejan ya sin nada, sin nada que ni incluye la ilusión ni la esperanza, ¿para qué haber paciencia? ¿No será, lo que se nos pide, se nos exige, sólo mansedumbre?

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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