Cómo mirar un cuadro

Hay numerosas publicaciones sobre comentarios de obras artísticas (arquitectura, escultura y pintura, principalmente), pero no tantas sobre “Cómo mirar un cuadro”. Susan Woodford, de la Universidad de Cambridge, nos deleitó con un ensayo bastante ilustrativo, cuyo título es precisamente ése: “Cómo mirar un cuadro”. El objeto de mis artículos es la pintura y a ella dedicaré mis reflexiones, aunque sin esquivar la cita de otras artes, cuando sea preciso.

Los profesores de Historia del Arte (yo sigo impartiendo clases de esa materia en la Universidad a Distancia) nos hemos dedicado más bien a enseñar los fundamentos del comentario de ilustraciones de arquitectura, escultura y pintura; pero, quizás, hemos introducido, sin querer, una excesiva rigidez y un cierto encorsetamiento en la contemplación de la obra artística. En todo caso, era y es un peaje necesario, a mi juicio.

Ya se sabe: había que reconocer el periodo al que pertenecía un cuadro, un templo o una imagen religiosa o profana, afinando en su cronología, para así extraer una serie de consecuencias que se derivaran del tiempo en que fueron creados (románico, gótico, renacimiento, barroco…).

Una vez fijado el momento histórico, procedíamos a comentar el tema al que se refería el autor y si éste era conocido o desconocido. Se trata de un templo, un retrato, un bodegón o un relieve, que pertenece a tal autor o tal escuela, concluíamos.

Más adelante, buceábamos en la materia y en la técnica  de la obra: edificio en piedra o en madera, pintura al temple, al fresco o al óleo, escultura exenta en piedra, madera, mármol o bronce.

Íbamos avanzando en el análisis artístico y técnico y examinábamos su composición y perspectiva: su simetría, su verticalidad u horizontalidad, su concepción piramidal o diagonal, la utilización preferente de líneas rectas o curvas, su diafanidad o confusión, su profundidad, su volumen, su tamaño…

Pasábamos luego a descubrir la importancia del dibujo, del color y de la luz, con su influencia en la profundidad y el volumen del cuadro, destacando las zonas más oscuras y las más luminosas, y tratando de entender las razones que habían motivado al artista a dar estas soluciones técnicas y no otras.

Y, finalmente, tratábamos de explicarnos la obra y su autor mediante las influencias recibidas de otros autores, de otras obras y de otros momentos histórico-artísticos, así como las influencias ejercidas en las obras venideras.

Muy sintéticamente he definido, con mayor o menor tino, cómo se comenta una obra artística (y especialmente una pintura).

Pero, mirar una pintura es algo más, mucho más, que reconocer de manera clara los elementos de un cuadro o de un fresco. Esta mirada académica es necesaria, por supuesto, pero no agota “toda la mirada” porque le falta alma. Y de lo que se trata es, precisamente, de extraer el alma, la médula, la sustancia del cuadro, para alcanzar ineludiblemente la emoción estética, que es difícil definir y a la que se llega o no, según la sensibilidad de cada uno.

Es algo que repito insistentemente a mis alumnos de la UNED: hay que sentir con el cuadro. No se trata tanto de comprender (no siempre se “comprende” un cuadro), como de sentir con el cuadro (aunque no lo entendamos completamente, sí entendemos el mensaje antibelicista en el Guernica de Picasso o en Los fusilamientos de Goya). Son dos planos distintos: el intelectual (comprender, interpretar, comentar) y el físico y psicológico (sentir, disfrutar, sufrir, emocionarse). Es una diferencia notable. Se puede sentir emoción estética en un cuadro de Van Eyck, de Rafael, Velázquez, Goya, Matisse, Picasso o Dalí, y no entenderlo suficientemente, no captar sus simbolismos, no apreciar sus aparentes deformaciones o sus confusas composiciones; pero, si sentimos un goce estético, una emoción estética, es que posiblemente hayamos captado el alma del artista y de la obra, convirtiendo así, para nuestros adentros, en nuestra apreciación personal, una obra bella en una obra artística.

Por eso quiero insistir en esta idea. Está muy bien conocer las técnicas del comentario (son conditio sine qua non); pero, si falta esa mirada del espíritu, habremos perdido la ocasión de estremecernos con la obra y desaprovecharíamos, así, el disfrute intelectual y emocional al que nos transporta, ineludiblemente, una buena obra pictórica.

BIBLIOGRAFÍA:

Susan Woodford: Cómo mirar un cuadro. Edit. Gustavo Gili, Barcelona, 1989.

Kandinsky: Punto y línea sobre el plano. (Contribución al análisis de los elementos pictóricos). Edit. Labor, Barcelona, 1991.

A. Hauser: Historia social de la literatura y el arte. Edic. Guadarrama, 1968.

F. Morante y A.M. Ruiz Zapata: Análisis y comentario de la obra de arte. Ed. Edinumen. Madrid, 1994.

F. Calvo Serraller y otros: Comprender el arte. UNED. Madrid, 1976.

R. Huyghe: El arte y el hombre. Edit. Planeta, Barcelona, 1966.

E. H. Gombrich: Historia del arte. Ed. Garriga, Barcelona, 1975.

Cartagena, marzo de 2013.

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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