Queridos familiares y amigos:
Los que me conocéis bien, sabéis que no iba a dejar pasar la ocasión de escribir y decir algo sobre el acontecimiento tan importante ‑al menos para mí y toda nuestra familia‑ que hoy estamos viviendo, como es la boda de mi hija Margarita. Por eso, en primer lugar quiero daros sinceramente las gracias a todos por vuestra amabilidad y deferencia en acompañarnos en este fasto (‘feliz o venturoso’, como nos aclara la Real Academia) día tan crucial y entrañable…
Comenzaré diciendo, sin rubor, que esta es mi primera prueba de diagnóstico (familiar, por cierto) en la que me examino este curso, y espero salir airoso… La segunda, como sabéis los del gremio docente, la pasaré en mayo y, ya veremos…
Hace ya bastante tiempo me impactó mucho el siguiente proverbio popular: Quien tiene olivares y viñas, bien casa a sus niñas. Yo… no tengo ni lo uno ni lo otro, pero tengo la suerte de casar a mi hija Margarita con el hombre de su vida; y la felicidad que ello conlleva vale más que todos los tesoros materiales del mundo…
Sé que algunos de vosotros habéis venido a la boda más que para ver y admirar la guapura y el vestido de la flamante novia ‑y, por supuesto, de todas las guapísimas asistentes presentes en la sala, ataviadas con sus lujosos y vistosos vestidos…‑, porque, desde hace muchísimo tiempo (nada menos que cerca de 35 años hace que me casé), no me he puesto el traje de bonito ‑de político, como yo lo llamo‑ y queríais ver cómo me sentaba, pues, hasta hoy, he podido sortear comuniones y celebraciones de todo tipo sin que me lo encajase… ¿Qué tal estoy?
En fin, una vez satisfecha vuestra curiosidad, voy a dedicarle unas sentidas y sinceras palabras a mi hija Margarita, que se las merece, y mucho más. Lo voy a hacer en forma de epístola o carta para que suene más cercano, que es, al fin y al cabo, lo que pretendo…
Querida hija:
Ha llegado el día que tanto esperabas y anhelabas. Has encontrado al hombre de tu vida que seguro te va a hacer feliz, al igual que tú a él… (Como se puede apreciar en vuestros semblantes: el mutuo encantamiento y enamoramiento que os tenéis es palpable…).
Parece que fue ayer cuando llegaste a nuestras vidas. ¡Con cuánta ilusión te recibimos tu madre y yo; y, por supuesto, toda tu familia…! Yo me sentía tan importante que, cuando andaba en mi clase explicándole a mis alumnos cualquier tema, veníame a la cabeza la enorme responsabilidad que tenía…
Fue pasando ‑casi fugazmente‑ tu infancia dorada en la que siempre fuiste una hija modélica y obediente que ibas aprehendiendo toda la savia familiar, escolar y vital que se te ponía al paso. Y creciste más rápido de lo que nosotros hubiésemos querido; y quizás más lento de lo que tú ansiabas… ¡Qué diferente es el tiempo ‑y el espacio‑ del adulto y del niño…! ¿Verdad?
Tu brillante e irrepetible carrera universitaria en Granada, con Historia del Arte por bandera y afición (nunca se me olvidará la entrega de la ministra Sansegundo de tu Primer Premio Nacional en Madrid…), pronto te permitió sacar dos oposiciones paralelas, con inigualable solvencia, en la profesión que siempre habías soñado. Ya tenías el trabajo asegurado en tu ansiado museo; ahora faltaba el amor verdadero y… por fin, lo has encontrado…
Para mayor gloria, el pasado miércoles santo, salió tu concurso de traslados ‑tras larga y dilatada espera‑ donde la propia Junta de Andalucía, no demasiado pródiga en hacer regalos tangibles, te ha proporcionado una plaza en Sevilla para que podáis vivir juntos, José Antonio y tú, sin el trasiego de viajes entrecruzados cada fin de semana… Por fin, vais a poder descansar de vuestro transitado camino ferroviario y por carretera Úbeda‑Sevilla y viceversa…
Como te vemos tan enamorada ‑al igual que tu marido de ti‑ también nosotros estamos muy felices y contentos; pues, seguramente, la cosa más importante en la vida de cualquier ser humano es tener a una persona que te quiera ‑y a la que amas‑ para compartir una vida plena de paz y felicidad…
¡Gracias, Margarita (Margui en la intimidad de nuestro hogar), por habernos enseñado a ser padres desde que viniste al mundo!, pues esa sabiduría no es innata ya que, al igual que en cualquier otro estado o profesión, el aprendizaje ha de ser diario, intencionado y mutuo… ¡Siempre has sido la hija que soñé tener…!
Pronto os marcharéis a la cuna de la civilización occidental (Grecia), en vuestro viaje de novios, para beber de esa cultura y de esa sabiduría que, desde siempre, te ha gustado aprehender… ¡Buen viaje…!
Te deseo, te deseamos todos… que consigas la mayor felicidad del mundo con José Antonio, tu querido esposo, y que alcancéis el estado más bonito del mundo: vivir juntos toda una larga vida, prolongando nuestros árboles familiares con vuestros nuevos retoños, que os harán aún más felices y dichosos…
Para acabar esta carta abierta, lo haré con un proverbio (como ves soy muy amante de ellos, por la sabiduría popular que encierran…), al igual que empecé: El que fue a Sevilla, perdió su silla; el que se va a Madrid, la vuelve a pedir… (según decíamos en nuestros, ya lejanos, juegos infantiles). Hija, aunque te vayas a Sevilla, bien sabes que no pierdes tu puesto en casa y que, además, no tendrás que irte a Madrid para recuperarlo, pues siempre nuestro hogar será el tuyo; y, por supuesto, también el de José Antonio…
¡Que seáis muy felices y que la vida os premie con salud, con hijos (que os hagan tan dichosos como tú nos has hecho a tu madre y a mí…) y con la felicidad de amaros toda la larga vida que ‑esperamos‑ Dios os dé…!
Úbeda, 6-4-2013.