Odio entre grupos humanos, 01

El odio entre culturas, pueblos, religiones y, más en general, entre grupos humanos se explica frecuentemente por la ignorancia y las limitaciones de las gentes. El cerebro del común de los mortales es incapaz de elaborar opiniones completas y personales sobre las grandes cuestiones. Por consiguiente, somos parcialmente excusables.

Por el contrario, son condenables los creadores de opinión que utilizan y manipulan las mentes ajenas para suscitar prejuicios y odios entre pueblos y grupos.

Es una tarea de nuestro tiempo dotarse de: a) instrumentos intelectuales para desvelar la irracionalidad de los odios que tantos sufrimientos acarrean; y b) instrumentos jurídicos para penalizar a los que los difunden y fomentan.

¿Por qué tanto odio en el mundo?

Ejemplos actuales: el antisemitismo, el antislamismo, anticristianismo, antiamericanismo, la homofobia, etc.

Los primeros brotes de antisemitismo en la región renana aparecen ya en 1096, en tiempos de la primera cruzada. El antisemitismo siguió hasta su triste prolongación en la Alemania nazi. Hoy somos testigos pasivos del fanatismo anticristiano en países de África y extremo‑oriental que ha causado más de cien mil muertos en 2012.

Es difícil de entender por qué existe un odio tan enraizado entre grupos humanos. Odios irracionales y, a veces, tan dañinos que han llevado a masacres colectivas. Ejemplos los tenemos en abundancia, en la historia reciente: Ruanda o la ex Yugoslavia.

Nuestra pregunta de hoy

¿No sería más inteligente vivir en un mundo fraternal, sin odios? ¿Cómo se explican el odio y las actitudes negativas hacia el otro? ¿Qué hay en la naturaleza humana que pueda explicar que alguien llegue a matar a una persona que no conoce, o a un conocido, y hasta a sus propios hijos? ¿Por qué tanto odio en el mundo? No nos contentemos con respuestas banales a una cuestión tan importantísima.

Posiciones filosóficas de Hobbes, Rousseau y el cristianismo

Cuando Hobbes, repitiendo a Plauto, decía que «el hombre es un lobo para el hombre», ¿estaba quizás apuntando a un rasgo esencial de la naturaleza humana?

Por el contrario, Rousseau proclama en El Emilio una de las ideas básicas de su pensamiento, la bondad natural del hombre: «Todo es perfecto al salir de las manos del Hacedor de todas las cosas». La influencia del pensamiento de Rousseau ha sido innegable en la Historia de las Ideas, especialmente en el XIX. Pero, si Rousseau tuviese razón y no Hobbes, ¿cómo entender los formidables tsunamis de muerte y terror que se desencadenaron en el siglo XX, y más especialmente en dos casos o momentos históricos muy significativos del progreso de la humanidad: la Alemania hitleriana, el país que era entonces el más avanzado científica y culturalmente; y, por otro lado, lo que sucedió en los distintos países en los que regía el comunismo, la ideología política pretendidamente más altruista de la época.

Contra la tesis rousseauniana, que afirma que el hombre es natural y originariamente bueno, se posiciona la idea cristiana del hombre manchado ya desde su nacimiento por el pecado original. No lo interpretemos como un simple mito religioso, porque hay detrás toda una concepción filosófica del hombre.

¿El odio sería connatural a la naturaleza humana? Se ha trabajado, últimamente, mucho sobre los afectos; pero, curiosamente, se ha pensado, estudiado y escrito mucho más sobre el amor que sobre el odio, a pesar de que el odio ha sido y es causa de tantos sufrimientos para la humanidad. ¿Será porque no nos agrada mirar en el espejo el lado feo de nuestra alma humana?

Siguen dos reflexiones sobre las raíces del odio entre grupos humanos.

Un principio de base

Una explicación última estriba en la desproporción existente entre las capacidades cerebrales del individuo y las complejas tareas cognitivas que nos son indispensables para movernos de forma autónoma en nuestro entorno social. Estamos acostumbrados a oír etiquetados como: «Los alemanes son así. Los griegos no quieren trabajar. Los catalanes son de tal manera. Los musulmanes son de tal otra. Etc.».

El malentendido y la distorsión cognitiva sobrevienen por las limitaciones de procesamiento de nuestro cerebro. Y, para suplir esas limitaciones, nos valemos de los estereotipos, eslóganes, clichés, que nos presta la cultura en que vivimos. Necesitaríamos mucha información y mucha capacidad crítica para limpiar nuestra mente de esos antis. Por todo eso, con razón o sin ella, tenemos frecuentemente imágenes y conceptos, a priori, desfavorables o muy desfavorables de las personas, a causa del grupo humano al que pertenecen.

Enjuiciar objetiva y seriamente otro país, otra cultura, o religión, o grupo cualquiera es una tarea extremadamente compleja. Llegar a formular un etiquetado que englobe a toda una población es azaroso, es aproximativo, y no puede referirse más que a medidas estadísticas, relativas a las modalidades de ser, pensar o actuar de las personas que constituyen el grupo.

(Valoración estadística de un etiquetado de grupo. Para describir válidamente a una población habría que referirse, al menos, a dos parámetros esenciales: la media y la varianza ‑medida de la dispersión‑. Se requiere, además, que la muestra con la que trabajamos sea suficiente en cuanto a la talla y a la representatividad. Conclusión: nuestros juicios sobre grupos son rara vez sostenibles científicamente, es decir, estadísticamente hablando).

Consideración psicológica

Personas, objetos, ambientes, grupos, etc. son los objetos de nuestras percepciones. Las informaciones sensoriales de que partimos son muy parciales y generalmente insuficientes. Para completar las informaciones sensoriales son convocadas en nuestro cerebro multitud de redes neuronales que proporcionan esquemas interpretativos ya alojados en memorias pre‑existentes, como remanencias de nuestra propias experiencias anteriores, es decir, de nuestra biografía cognitiva.

Acompañan a estas percepciones unos procesos evaluativos que califican las supuestas realidades como positivas y deseables; o, al contrario, las consideran hostiles, las repulsan o las evitan. No hay que creer que los cerebros humanos interaccionan directamente con las realidades mundanas, sino más bien con las representaciones, mitos y, en última instancia, con las ideas sesgadas que ellos mismos se fabrican de esas realidades.

Las tradiciones, modos culturales, etc., alojadas en nuestro cerebro, nos administran gratuitamente, por así decir, los juicios de valor que sirven para calificar como negativos (o positivos) las situaciones y los hombres. Si no hacemos uso de lo que nos es transmitido, tendríamos que fabricarlo de manera autónoma; lo que es difícil, por no decir prácticamente imposible. ¡Qué agradable es que nos den todo hecho! Nos resulta cómodo improvisar rápidamente etiquetados y juicios de valor con frecuencia desfavorables. Lo que da lugar a actitudes injustificadas e irracionales de aversión, prejuicios, hostilidad, antipatía, complejo de superioridad personal o colectiva, racismo, desprecio, odio.

bf.lara@hispeed.ch

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