El odio entre culturas, pueblos, religiones y, más en general, entre grupos humanos se explica frecuentemente por la ignorancia y las limitaciones de las gentes. El cerebro del común de los mortales es incapaz de elaborar opiniones completas y personales sobre las grandes cuestiones. Por consiguiente, somos parcialmente excusables.
Por el contrario, son condenables los creadores de opinión que utilizan y manipulan las mentes ajenas para suscitar prejuicios y odios entre pueblos y grupos.
Es una tarea de nuestro tiempo dotarse de: a) instrumentos intelectuales para desvelar la irracionalidad de los odios que tantos sufrimientos acarrean; y b) instrumentos jurídicos para penalizar a los que los difunden y fomentan.