Como lo había prometido, al día siguiente Alfonso fue a hablar con el capo Nicola Corleone para negociar la libertad de Aymara. Mientras tanto, León se ocuparía de Amalia almorzando con ella en el Al-Mutamid. Más le preocupaba a Alfonso el aciago presente de Aymara que el indeciso porvenir de Amalia.
No durmió bien aquella noche y desde que se levantó se sentía algo tenso. Verdad era que, gracias a sus años en la Nestlé, había adquirido cierta experiencia en negociar importantes transacciones y solucionar difíciles compromisos. Pero nunca imaginó que debería concertar con un mafioso la compra de una persona. «No sé qué estrategia utilizar en un caso como éste —pensó mientras se duchaba—». Y luego, cuando tomaba sus tostadas con miel y aceite de oliva, concluía diciéndose, «De todas maneras y en cualquier circunstancia, nunca conviene perder la serenidad». Se vistió con su mejor traje, tomó la dosis de cocaína y llamó a un taxi. Nicola Corleone lo había citado a media mañana en su despacho del cabaré.