Un puñado de nubes, 30

08-04-2011.

La noche para León era una sola idea que empezaba a ser obsesiva, entre dolorosa y morbosa. Después de quince años paseando soledad y viviendo de recuerdos, por un «no sé a santo de qué», el destino le brindaba esa segunda oportunidad para recuperar su vida que, de manera ahora más acelerada, se perdía miserablemente entre monotonía y mediocridad.

El domingo había quedado con su hija Teresa y sus dos nietos para pasar el día en Isla Mágica, aprovechando que el tiempo era primaveral. Entonces, le hablaría de Amalia. Le contaría cómo se conocieron; que le parecía una mujer aún encantadora, que se encontraba en circunstancias parecidas a las suyas; y, sobre todo, que era buena gente.

—Papá, ya eres mayorcito para saber lo que haces —le dijo su hija, no muy contenta—; pero, yo quiero lo mejor para ti —acabó, suavizando con una sonrisa—.

El día ahora lo ocupaba su amigo Alfonso. Algo tenía que pasarle, porque no era normal verlo tan eufórico por momentos y tan retraído y ausente en otros. Se prometió dedicar más atención a su amigo y recuperar su confianza, aquella confianza cómplice que tenían en sus años mozos. «Ay, aquellos años ‑suspiraba León‑. Aquellos años en los que no tenía tiempo ni para tocarme los huevos».

Y así era desde que decidieron casarse con tantas prisas. León mandó su currículum vítae a cien centros de enseñanza y empresas que pudieran interesarse por su «persona formada en la universidad con excelente expediente académico, responsable, preparado para dar clases en colegios, con conocimientos y prácticas de mecanografía… dispuesto a trasladarse, etc.».

—Amalia, he recibido una oferta de trabajo, pero es de una Caja de Ahorros de Sevilla. ¿Qué te parece?

Como locos empezaron a buscar en el mapa dónde coño estaba Alcolea del Río, cuya sucursal de Cajasur «será un primer destino con garantía de pasar en poco tiempo a Sevilla, capital…».

Necesitaban el trabajo. Se liaron la manta a la cabeza, hicieron la maleta y los tres se fueron en el Citroën 2 CV en busca de los apenas tres mil alcoleanos, con intención de guardarles sus ahorros.

—Además —animaba Amalia—, está a tan sólo 50 km de Sevilla y podemos acercarnos para comprar ropas e ir al cine.

Hubo besos y lágrimas en la despedida y consejos de las madres: «Hijo, no te fíes de nadie, que comas…; y tú, hija, que cuides a la niña, que os abriguéis, que busquéis un buen piso con mucha luz y que escribáis…».

 

Dos años estuvieron en Alcolea, donde se ganaron la confianza y amistad de los vecinos y de los jefes de Cajasur. En Sevilla, encontraron un piso en la Avenida Eduardo Dato, muy cerquita de donde estaban las oficinas.

—Tere, hija: vas a tener un hermanito para que juegue contigo. Se llamará Juan.

Con apenas tres años, María Teresa no entendió bien aquello del hermanito. Por lo pronto recogió todos sus juguetes y los escondió en el armario.

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