Combatir la soledad

Dichoso, amigo Cirno, el hombre que tiene hijos queridos, fuertes caballos, criados fieles, perros de caza y un huésped de un país extranjero, rico en mercancías y amistad y que no importuna con peticiones de dinero. Escasos dones de los que no todos los hombres gozan, y todos ellos inestimables a la hora de combatir la soledad. Yo, en cambio, no poseía nada.
Todo el que llega del mar, devuelto, sin patria, está mal visto, inspira recelo y temor en los hombres honrados y provoca escasa misericordia en las mujeres, más crueles a veces que los propios varones. Joven era yo aún, aunque apaleado y maltrecho. Al llegar a las playas, debía tener el aspecto de un bárbaro o un demonio al que no quisieran ya ni en los infiernos.

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