06-02-2011.
Ahora que, parece ser, estamos ya alejados del día de la huelga general del 29-S, creo llegado el momento de hacer ciertas reflexiones que no nos deberían de venir mal, ni a unos ni a otros.
Metido en mi papel de llamar al pan, pan; y al vino, tinto o blanco, creo que poner puntos sobre las íes es del todo necesario.
La Constitución consagra el derecho a la huelga por parte de los trabajadores. Es cierto y debería estar muy claro; pero no lo está. Y no está claro para parte de los patronos que, de inmediato, ante la intención del asalariado de ir a la misma, no lo amenaza sólo con detraerle el salario del día no trabajado sino que, además, puede sentirse tan ofendido que lo que le anuncia es su probable e inmediato despido por tal ejercicio del derecho del trabajador. Ahí hay una violación de la ley flagrante, pero en general ante ello y dada la indefensión del obrero, éste opta por ir (si puede) a su trabajo y todo queda en nada.
También los sindicatos saben lo anterior; pero, pasadas las euforias del día de marras, apenas es que hacen algo para que las prácticas del empresariado no se repitan. Y saben de muchas otras violaciones de convenios y leyes que se cometen un día sí y otro también, impunemente. Y las euforias del día de marras los llevan a ir por las bravas para demostrar su presión y poder, a pesar de que ellos también conculcan aspectos de las leyes muy básicos. Porque, el llamar a los piquetes coactivos “piquetes informativos” es un eufemismo burdo totalmente admitido para no ser demasiado duros con ellos (los sindicatos).
Los piquetes son coercitivos, violentos bastantes veces y muy poco informativos; que ya el personal sabe con antelación de qué va la cosa y no le hace falta tener a un grupo de sindicalistas encima, chillándole, insultándole y otras pendejadas peores. ¿Se sabe que lo que arriba describo es la presión patronal contra toda huelga? Pues es verdad y contra esa presión deben ir antes, en y transcurrida la huelga, con las denuncias correspondientes y con la petición al Ejecutivo correspondiente para que prepare una ley al respecto que evite esos abusos patronales (pues creo que específicamente no la hay).
Las personas tienen su libertad y su derecho a hacer lo que, en cuanto a ir al trabajo o no ir, les venga en gana; y no deben ser ni los unos ni los otros quienes se erijan en jueces y ejecutores de sus particulares visiones sobre la huelga.
Regular de una vez las huelgas, por ley, es ya una demanda y una necesidad creciente, que deberían abordar tanto los gobiernos como los llamados agentes sociales (patronal y sindical) en beneficio del uso y disfrute tanto de las libertades como de los derechos de todos. Si no lo han hecho hasta ahora y no tienen la intencionalidad de hacerlo es porque, por unas circunstancias u otras, sacan ventaja, todos, de la confusa situación; o porque la debilidad de los gobiernos es tan manifiesta que no se atreven ni a sugerirlo.
Y puestos a reformar la situación laboral, a alterar los equilibrios más o menos inestables existentes, revísese el caso de los miembros de los comités de empresa así como los elementos liberados de sus trabajos para realizar supuestas funciones sindicales. Creo que ya los del comité de empresa salen bastante bien parados cuando, en casos de despidos y crisis, ellos son intocables; ya tienen ahí su ventaja y reconocimiento, así como los liberados siguen cobrando sus salarios sin acudir al tajo… ¿Pero en verdad es de recibo que cuando se proclama una huelga, y ellos están en el oficio y la obligación de hacerlo, pues las promueven y para ello tienen ese estatus, se vayan de rositas en cuanto a la integridad de sus salarios, mientras los convocados huelguistas ven mermar sus emolumentos según los días aguantados en paro…? Creo que eso también merece una reflexión de los sindicatos, de forma honesta. Ganarían en la apreciación del común, que apenas si los traga; esa es la verdad.
Mi experiencia personal, en lo tocante a estar afiliado (de cuota y para colaborar en algún evento) a un sindicato, fue penosa. A la hora de encontrarme con verdaderos problemas laborales, los “liberados” de la oficinilla provincial miraron para otro lado y yo, sólo yo, hube de buscármelas; pues, según alguno de los allí emboscados: «Yo no había entendido para qué servía un sindicato».
Me sobró y bastó.