La Plaza del Reloj

07-12-2010.
La Plaza del Reloj siempre ha sido en Úbeda el centro geográfico de este noble pueblo, el eje en el cual giraban todos los acontecimientos, y en él rodaban y se gestaban todos los aconteceres de alguna importancia.
El reloj era el centinela imperturbable que, día y noche, marcaba las horas. Los amigos allí se reunían, en la Plaza del Reloj, junto al quiosco de “Perico Huevos”, junto a la barandilla de los urinarios, o sentados en los escaños de baldosines, donde estaban representados los monumentos más meritorios de nuestra ciudad. ¡Cuántas veces, o mejor diría, cuántos años he esperado que el reloj diera las nueve o las cuatro para incorporarme a mi trabajo! Y lo mismo que yo, los empleados del Métrico, cuando era una sociedad compuesta por Villar, Ogállar y Tuñón, los de la tienda de Velasco, los de Lechuga o los de Enrique Albandoz.

A los portalillos de don Segundo Más (hoy tejidos Hidalgo), era el primer sitio o visita que a diario hacía. En su esquina interior pendían colgadas las carteleras con cuadros fotográficos de las escenas más sobresalientes de las películas que se exhibían en los dos cines de Úbeda: el Ideal Cinema, antes Rey Alfonso, y el Teatro Principal.
Yo, por mi condición de aprendiz, casi siempre estaba en la calle, llevando encargos, haciendo mandados y siempre procuraba pasar por la plaza para ver si me topaba con Tabarra o Arrescuña, que eran los que repartían los programas y argumentos de los respectivos cines.
Mi hermano Juan y yo teníamos como una sociedad y coleccionábamos todos los programas de los mencionados cines. Él por un lado y yo por otro, ilusionados, procurábamos que no nos faltara ninguno.
En las veladas, contábamos, releíamos y organizábamos todos los argumentos, pues tan nítidamente teníamos sus nombres e imágenes en nuestras mentes. Todos los actores de primera fila del cine mudo y del cine sonoro los conocíamos a la perfección. Mary Pickford, Buster Keaton, Tom Tiller, Chispitas y Vivales… Esos me deleitaban. Me parecían algo respetuoso, sagrado. El cine para mí tenía un encanto, un atractivo, un no sé qué.
Un día tuve la suerte de ver en persona a aquel artista español que tantas veces había visto en la película “El Relicario”: Rafael Arcos. Lo vi entrar en el bar El Sol, más arriba de la posada del mismo nombre. Iba acompañado de varios hombres que se decían eran los dueños del Ideal Cinema. Lo esperé un gran rato, para verlo de nuevo, y sacié mi curiosidad más aún. Este artista murió en Úbeda, en una de las varias actuaciones que tuvo.
En la posguerra, cuando al piojo verde y a sus enfermos los confinaban en las casas y las precintaban, según se decía, a él le dio y murió casi abandonado y olvidado.
Más arriba de don Segundo Más estaba la salchichería. Cuando entraba a comprar algún almuerzo para los oficiales, qué olorcillo a embutidos, a jamón, a queso manchego tan sabroso “de antes de la guerra”… Frase que se puso de moda después, cuando un artículo decíamos que era bueno.
Más arriba de ese establecimiento había un bar y, a continuación, La Mezquita, ese hermoso café que tenía salida por la calle Don Juan y que regentaba Fernando Victoria. La talabartería de la viuda de Jurado estaba a continuación, haciendo rincón. Allí, en sus portalillos, de las vigas pendían colgadas cabezadas y bozales y un sinfín de utensilios para la agricultura. Pegada a ese establecimiento estaba la Barbería Cortés, encima de cuya puerta había dos bacías doradas que anunciaban que allí se afeitaba, y creo que también se sacaban muelas. A mí me daba no sé qué el pensar que sacaran las muelas a tirón.
El Banco Español de Crédito estaba más arriba, en el mismo edificio que hoy es Tejidos Berlanga. Este edificio poco ha cambiado, salvo que antes era una entidad bancaria y hoy un comercio.
El bar Torres estaba a continuación. Por entonces, la radio empezaba a tomar impulso, aunque aún no se había generalizado; pero en ese bar había un altavoz al exterior y esas canciones que tanto me gustaba escuchar, como “María de la O”, o “Mari Cruz” y otras, las ponían a toda pastilla y le daban un aire que a mí me encantaba…
¿Y la fuente de la plaza? Esa sí que ha marcado un hito en la historia de Úbeda. Nativos y forasteros han saciado su sed con su fresca agua, bajo ese palio natural que cubría todo el recinto y que era refugio de un sinfín de pajarillos que alegraban el ambiente con sus sonoros y continuos trinos.
En las horas punta, sus tres relucientes caños no daban abasto para llenar las tres filas de cántaros y cubos que se formaban. Por las tardes o noches, ¿qué moza ubetense no ha ido por agua a esa fuente? A muchas las acompañaban sus novios y era un incentivo más para pasar juntos momentos felices. Con qué gracia y fortaleza, con sus caras risueñas y amelocotonadas, se cargaban sus dos cántaros en ambos ijares y, con presteza, marchaban con el novio a su lado.
Hacían varias paradas, para descansar, en cualquier escalón de alguna casa y así se prolongaba más esa plática que a ambos encantaba.
Esa centenaria fuente un día desapareció, como casi todas las de Úbeda, dándole paso a eso que dicen que es progreso, que corta de raíz el encanto y la belleza de sus rincones y plazas que han quedado mudas o muertas.

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