Por Dionisio Rodríguez Mejías.
5.- Como el rosario de la aurora.
Se volvieron a oír unas carcajadas ahora en todo el recinto. El profesor miró a Martín con cara de pocos amigos, encendió un cigarrillo y empezó lo más interesante: levantó la mano para reclamar silencio y dijo muy serio.
―Mira, Martín; voy a decirte una cosa. Me da un poco de apuro reconocerlo aquí, delante de tus compañeros, pero quiero ser muy sincero contigo. ¿Sabes a qué me refiero?
Sorprendido por el tono en que le hablaba, Martín lo miró con expresión confusa, bajó la cabeza y contestó.
―No, señor.
―¿No? Pues te lo diré de frente y mirándote a los ojos. No te creo. Al principio, te di las gracias, porque me parecía que podrías ayudarnos diciendo la verdad; pero ahora pienso que tratas de tomarme el pelo. Así de claro.
―¿Por qué?
―A ver, ¿quién empezó la conversación? ¿Quién empezó a hablar de ecología, progreso, socialismo? Dínoslo, por favor.
Ante el giro que tomaba el debate, cesaron los comentarios en la sala y se hizo un denso silencio a la espera de respuestas.
―Fui yo.
―¡Qué casualidad! Fuiste tú el primero en sacar el tema de la ecología. ¿Verdad?
―Sí, señor.
―¿Por qué?
―Ya sé que debería haber hablado de eso que nos dicen en el cursillo: “De la inversión, de una mejor calidad de vida y todo eso”. Pero a mí me parecen muy graves los problemas que se derivan de un proyecto tan ambicioso, como Edén Park. Imagine que llegaran a edificarse mil chalés, y que cada fin de semana se reunieran allí cuatro o cinco mil personas. ¿Sabe qué pasaría? Pues que habría que crear nuevos accesos, servicios de limpieza, agua, seguridad, comercios y lugares de ocio para que se relacionaran los parcelistas. ¿Verdad que sí? Eso, sin contar que cada familia necesitaría un coche, que tendrían más gastos de transporte, que se formarían caravanas kilométricas para llegar a la urbanización, y que aumentaría el consumo energético y la contaminación ambiental.
Todos los ojos se volvieron hacia el instructor que, herido en su orgullo por la respuesta de Martín, se quedó sin habla. Tras unos instantes, oculto bajo un caparazón de silencio, optó por hacer gala de un proverbial dominio de la situación; le dio a Martín unas palmaditas en la espalda y volvió al asunto.
―De acuerdo; intentaré decirlo de otra manera. Partiendo de la base de que nadie te obliga a trabajar en esta empresa, suponiendo que lo haces de forma voluntaria, que has decidido sacrificar los fines de semana para ganar dinero, y que tu deber es servir a quien te paga, ¿por qué, caramba, te pusiste a hablar de progreso, socialismo y ecología, en lugar de intentar vender una parcela, como es tu obligación?
―Porque las preocupaciones medioambientales del movimiento ecologista me parecen muy importantes. Ya sabe; el cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la lluvia ácida, la contaminación, la sostenibilidad del planeta y todo lo demás.
Algunos se tapaban la boca con la mano, para aguantarse la risa.
―Muy bien; y si eso te parece tan bonito, ¿por qué trabajas en una promotora en la que lo procedente es hablar de la venta de parcelas?
―Pues, porque yo no veo ningún delito en que un ser humano hable con otro ser humano de los problemas de la humanidad. ¿Ha leído usted Primavera silenciosa de Rachel Carson o La bomba demográfica de Paul R. Ehrlich? Se las aconsejo. Son muy interesantes para tomar conciencia sobre los problemas del medio ambiente; créame. Si no les hablé de trabajo, ni de ventas, ni de parcelas, fue para que no pensaran que me aprovechaba de la ecología para hacer negocios. Sencillamente, no quería que me tomaran por un embaucador. Además, que si lo que se pretende es que todos hablemos de lo mismo, ¿por qué no ponen un casete en el autocar? A la empresa le saldría más barato y se ahorrarían las comisiones.
Consciente de que se hundía en el barro, sin remedio, el instructor le dedicó una mirada llena de hostilidad y, en su expresión, se adivinaba la agitación del miedo a quedar en ridículo ante la audiencia.
―Mira, “Martini Rojo” ―respondió esta vez en tono insultante―. Como veo que no conoces el funcionamiento de una empresa, voy a pedirte un favor, ¿vale? ¡Cállate! Tú no tienes ni idea de nada. De ti no se espera que pienses, porque lo que tú pienses no le importa a nadie; y lo que sientas, tampoco. ¿Lo entiendes? Aunque te parezca una tontería, estás aquí para vender. Esa es tu responsabilidad y obligación. ¿Está claro?
―Pero Greenpeace acaba de avisarnos de que…
―No me vengas ahora con lo que dicen esos gilipollas de Greenpeace, que en este asunto tampoco pintan nada.
―Si no me deja hablar, es imposible que podamos tener una conversación seria ―dijo “Martini Rojo”, cuya ingenuidad rayaba en la insensatez—.