“Los pinares de la sierra”, 117

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- “Martini Rojo”, un progresista comprometido con la defensa del planeta.

El primer día repasamos el proceso de venta, punto por punto; el segundo, la “fase de ataque y cierre de operación”; y, en la última sesión, se abrió un animado coloquio para que los nuevos aclararan sus posibles dudas. La mayoría de intervenciones fueron acogidas con agrado por parte de la concurrencia y, para hacer más amena la sesión, el instructor pidió la presencia de un voluntario que llevara algún tiempo sin vender.

Desde las filas del fondo, los compañeros de Martín, célebre desde su brillante intervención ante el señor presidente, lo animaron a salir a la palestra a base de ruegos y codazos. Más ufano que nunca, entre risitas y un jolgorio comedido, “Martini Rojo” avanzó hasta la tribuna, dijo su nombre y estrechó la mano que le tendía el señor Romero.

Tenía Martín un aire de bondad en la mirada, combinado con un estilo canalla, rebelde y descarado, que despertaba la simpatía y la estima de los elementos de su equipo. Antes de empezar, el profesor agradeció su presencia y pidió un caluroso aplauso para él. Desde las filas del fondo, sus compañeros contemplaban en silencio la inocente expresión de “Martini Rojo”, mientras lanzaban miradas cargadas de intención, atentos a las osadas respuestas de Martín, que era recibido con todos los honores por parte del instructor.

―Encantado de conocerte. No sabes cómo agradezco que me ayudes a aclarar unos puntos que me parecen vitales en este tipo de venta.

―¿Cómo te llamas?

―Martín, me llamo Martín; pero todos me llaman “Martini Rojo”.

―Muy bien, Martín; háblame de tus últimos clientes. ¿Les vendiste?

―No señor; no les vendí.

Primeras risas de los compañeros.

―¿No? ¿Por qué? ¿No tenían dinero? ¿No les caíste bien? ¿No conseguiste comunicar con ellos?

―No fue eso. Tienen un taller de tejidos, son muy simpáticos, no paramos de hablar y me dijeron que les gustaría volver a verme. Hasta me dieron su tarjeta por si quiero visitarles algún día.

―Muy bien, Martín. Entonces, ¿cómo es posible que no consiguieras vender?

―Porque desde aquí se vende cojonudamente; pero en el autocar es otra cosa.

La respuesta causó un afecto demoledor en el conferenciante, que tuvo que hacer grandes esfuerzos para mantener la serenidad. Volvieron a oírse risas en el fondo de la sala, y el instructor, armado de paciencia y convencido de que conseguiría llevarlo a su terreno, también se echó a reír y siguió hablando sin acritud, como el cura que amonesta al que solo confiesa pecadillos veniales.

―Muy bien, muy bien. Y, ¿puedes decirnos de qué hablasteis durante el viaje?

―Sí, señor. De ecología, sobre todo.

Ante tan insólita respuesta, el instructor empezó a ponerse nervioso.

―¿Estuvisteis hablando de ecología?

―Sí, señor.

―Supongo que para explicarles los beneficios de vivir en plena naturaleza. ¿No? Del aire puro, de la contaminación de las ciudades, de la inversión que supone comprar una parcela y vender más adelante. ¿Verdad? ¿Hablasteis de eso?

―Bueno, estuvimos hablando de muchas de cosas.

―¿Relacionadas con…?

―Ya se lo he dicho, con la ecología, el socialismo, el progreso…, ya sabe.

Conocíamos la vena rebelde de Martín y sabíamos que jugaba en otra liga distinta a la nuestra, pero nadie se esperaba una respuesta tan original. Esta vez la carcajada fue general y todos comprendimos que la paciencia del instructor no tardaría en agotarse. En efecto, miró a Martín y preguntó con una sonrisa cargada de sarcasmo.

―Pues si la disertación se centró en unos temas tan elevados, supongo que no te quedaría tiempo para hablar de ventas. ¿Verdad?

―Bueno, es que el sentido de la charla no iba por ahí.

―¡Hombre! De modo que la conversación tomó otros caminos y, sin pretenderlo ni saber por qué, os pasasteis el viaje hablando de progreso, socialismo y ecología. ¿No es así? Y, ¿cuál era el sentido de la conversación, si se puede saber? ―preguntó con sutil ironía―. ¿Nos lo quieres decir? Porque nos tienes en ascuas, a mí y a todos los presentes.

―Bueno, de ecología solo hablábamos el marido y yo. La señora se sentó junto a la ventanilla, sacó el HOLA y no despegó los ojos de la revista en todo el recorrido.

roan82@gmail.com

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