“Los pinares de la sierra”, 121

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- La inquietante presencia del señor Gálvez.

Gálvez utilizaba un tono, entre guasón y suspicaz, que hacía dudar a Fandiño de si realmente tenía intención de vender, o simplemente se trataba de una prueba, para asegurarse de que su amigo era capaz de vender sus parcelas, tal y como le había prometido. Pero bien mirado, aquello era –a todas luces– imposible. Para conseguir una mayor comisión, le “encolomaron” (ese era el verbo que se utilizaba para los grandes chanchullos) unos terrenos, frente a un arroyo seco, casi un barranco, que por su gran dificultad de venta estaban premiados con una prima doble. Fandiño miró el reloj, recogió el “Ciento veinticuatro” del aparcamiento y, escudándose en lo avanzado de la hora, se despidió de su jefe.

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