En modo “abuelo”

Cada etapa de la vida precisa de un programa diferente para llevar a cabo los objetivos necesarios que alcancen unas reconfortantes metas. No es lo mismo tener tres años que cuarenta, ni ejercer un rol de hijo que de tío, ni de jefe o subordinado; por ello, hoy, gracias al lenguaje de la informática, se nos hace más sencillo entenderlo al compararlo con nuestro sistema operativo vital. Nuestro propio ser: el hardware (conjunto de los componentes físicos de los que está hecho el equipo informático); y los diferentes modos de vida, que deben ejecutarse: softwares (conjunto de programas y rutinas que permiten a la computadora realizar determinadas tareas), servirán para completar, feliz y exitosamente, el portentoso proceso de la existencia.

Todo lo anterior viene a justificar el porqué yo ando ‑desde hace ya casi veinte meses‑ en modo “abuelo”; y muchas de mis decisiones, pensamientos, verbalizaciones y formas de ver la vida me han cambiado tanto que, hoy por hoy, no me veo de otra manera, puesto que mi nieto Abel me tiene sorbido el seso.

Esta dedicación al nieto puede llevarse de una manera obligatoria y fastidiosa, haciendo pensar al interesado o a sus amistades ‑o enemistades‑ que esta persona ha caído en la red de “abuelos esclavos”, organizada y legal, que pulula por nuestro entorno occidental y postmoderno; mas también se puede pensar todo lo contrario. Es una polémica difícil de solucionar, pero que ha de dilucidar el propio interesado, pues es él quien ha de tomar partido por uno u otro bando: sentirse explotado y no reconocido; o ser artífice principal de esa nueva etapa vital, tan bonita e impactante, en la que vuelves a revivir la infancia de tus hijas e, incluso, la que tenías dormida de tu propio ser, rememorando el desarrollo físico, mental y social, ya vivido y casi olvidado, gracias a tu propio nieto, sirviéndole de figura de apego importante para su normal desarrollo evolutivo; pero, a su vez, servirá de moneda de cambio legal: madurativo, empático y emotivo, que no se cotiza en bancos ni bolsas o parqués fiduciarios, pero que produce un mutuo beneficio extraordinario que solo el que lo ha ejercido ‑con largueza y alegría‑ puede sentirlo y confirmarlo.

Por eso yo, desde que vino al mundo Abel, he querido decantarme abiertamente por caminar a su lado, en modo “abuelo”, siendo partícipe de sus logros y fracasos, de su infantil comprensión del mundo, de las personas que le acompañan y del invento de su propio y original lenguaje de signos y sonidos, de su conquista de todo lo nuevo que tiene la hermosa vida para poder mirarla con esos ojos nuevos de infante; e inundarme de su sabiduría natural y de su candor espontáneo…, para que mi existencia tome otra nueva tonalidad, más dulce y entrañable, cuando la vejez y los achaques ya van sintiéndose, no tan en lontananza.

Me siento del grupo de los privilegiados que ha sido tocado de la mano de Dios con la llegada de un ángel a nuestra familia, que ha removido ‑como un terremoto‑ todos los esquemas, cimientos y formas de vida de sus padres y abuelos; y que ha servido para que ‑una vez más‑ el misterioso y repetido milagro que surge de dos células tan diminutas, me sorprenda y me sienta plenamente agradecido por pasar estos días y estas noches, tan tiernas, durante este tórrido verano, en su irrepetible e insustituible compañía.

Ni leer desaforadamente, ni escribir con ilusión, ni viajar que tanto me gusta, ni lo que mejor me imaginase…, se iguala a la maravillosa estancia que estoy viviendo con mi nieto Abel en esta Úbeda de mis sueños, pues se la estoy mostrando, día a día ‑y de la mañana a la noche‑, a mi rubio, simpático y hermoso sevillano, para que sepa y quiera valorar la tierra en la que su madre, abuelo, familiares y antepasados nacieron y amaron tanto…

Todos estaremos de acuerdo en que el rol de abuelo imprime carácter, pues con el nieto se alarga la vida hacia unos límites de amor que no se soñaron y que es él el protagonista principal de nuestros besos ‑que tal vez no les dimos con tanta largueza a nuestros hijos‑ y podremos comprobar que él nos los regala cuando quizá ya nadie nos los da. Es verdaderamente maravilloso vivir esos retozos de mi nieto, esos enternecidos besos con su boca abierta, sus infantilismos que me llevan a otros mundos y todo ese concierto de sus risas sonoras y enfados.

Abel es la fortuna de los años de la sensatez, el retorno al amor de mis hijas y, en definitiva, la muestra palpable del inmenso amor de Dios…

Úbeda, 12 de agosto de 2017.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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