“Los pinares de la sierra”, 27

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7.- La caída.

Tras un silencio dramático, acompañado de miradas poco amistosas, Paco se encaró conmigo, posiblemente, aparentando una pesadumbre que no sentía.

―Javi, yo solo pretendo que vivas la vida y no malgastes tu juventud por cuatro pesetas. Ya sé que, hoy por hoy, trabajar en un banco es una de las aspiraciones de muchos jóvenes. Y también sé que vender a comisión no está demasiado bien visto por la sociedad; pero yo no te digo que dejes el banco; puedes compaginar los dos empleos, perfectamente. También a mí me gustaría que todos los trabajos fuesen honorables y estuvieran compensados con un salario justo que nos permitiera vivir con dignidad; pero mientras esa utopía no se haga realidad, amigo Javi, nos veremos obligados a buscar otras oportunidades, aunque tengamos la sensación de que algunas pueden rozar la ilegalidad. Yo soy partidario de una sociedad en la que todos los hombres ganen lo suficiente para ser felices y sacar adelante a sus familias. ¿Vale? Por eso te lo digo muy en serio: vente conmigo a vender parcelas y no te conformes con una vida gris y mediocre, por muy respetable que les pueda parecer a los demás.

Este sermón me dedicó mi amigo Paco, “El Chirla”, poniendo una voz grave y campanuda, como la del confesor que trata de devolver al redil a una oveja descarriada. Lo miré sin saber qué decir, y acabé aceptando su propuesta, aunque tenía la sensación de que me estaba llevando al huerto, una vez más. Cuando por fin le dije que estaba de acuerdo y que nada me costaba probar, se puso a mi disposición, haciendo gala de una astucia pícara y marrullera, muy propia del que aprovecha la ingenuidad de los demás para ganar unas pesetas. Prometió enseñarme recursos y trucos secretos, que había aprendido del señor Bueno y de Marc Arumí, para convertirme en una estrella de la venta.

Eran casi las nueve de la noche; la atmósfera del bar se iba cargando con el estimulante aroma del café y el humo de los puros de unos clientes, que jugaban al dominó en un extremo del local, gritando y golpeando las fichas contra el tablero de la mesa. Animado por contar conmigo como compañero de equipo, me invitó a un coñac 103 con hielo, porque, según el señor Bueno, aquel brandy daba buena suerte en el juego. Mientras se deshacía hablando de los delirios y grandezas que nos esperaban, paró un taxi en la puerta del bar y bajó una chica rubia, con zapatos de tacón, que se dirigió hasta donde estábamos sentados. Paco se levantó al instante y me dijo en voz baja.

―Perdona, Javi, he olvidado decirte que había quedado con Genny.

Besó a la chica y, tras hacer las preceptivas presentaciones, se dirigió a la barra, abonó la cuenta, dijo que pasaría por el banco al día siguiente, y se marchó de la mano de la muchacha. Cuando me quedé solo, empezó a zumbarme la cabeza como si tuviera dentro un moscardón, por el compromiso que acababa de adquirir: vender terrenos los fines de semana, con Paco, “El Chirla”, no entraba en mi cabeza. Me costaba emprender una indigna carrera para vivir como un rey, a costa de ingenuos, codiciosos e ignorantes.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta