69. Herido

Por Fernando Sánchez Resa.

Faltaban dos horas para la llegada del día 24 cuando llegó un enlace, con la orden del día, al puesto de mando en el que me encontraba de guardia. Como los jefes y la plana mayor duermen, despierto al capitán y le entrego la orden. Parece que hay prisa: antes de rayar el día debemos partir. No sabemos hacia dónde. Los enlaces han ido a buscar a las secciones que se encuentran avanzadas. Nos reunimos todos y ya vamos marchando, encontrándonos por el camino con varios tanques pesados que vuelven del frente a la retaguardia y, paralelamente a nosotros (en las vecinas alturas), los batallones de las brigadas. ¿Adónde iremos? La mayoría piensa que avanzamos, pero los que conocemos la situación geográfica sabemos que huimos del frente, corriéndonos a un lado. Cogemos la línea férrea que baja a Córdoba y, a su lado, vamos caminando hasta Valsequillo, en donde permanecemos tres días cazando las abundantes liebres y perdices de sus contornos (sin que se escape ninguna) y recogiendo bellotas, pues el hambre se va sintiendo, ya que el pan lo han reducido a la mitad de su ración ordinaria.

Después del rancho del día 27, habiéndome retirado a recoger bellotas en un encinar cercano, me buscan con urgencia, porque tenemos que marchar… hacia atrás; lo que me alegra, al igual que el victorioso avance de los nacionales en Cataluña, que se podrá hacer realidad. Paramos largamente a los pies de la sierra Patuda, hasta que a la tarde avanzamos varios kilómetros hasta su parte nordeste, colocándonos en pésima posición: entre varias baterías de cañones que vomitaban fuego hacia los nacionales. Era de esperar que, tras dos días de reconocimiento, apareciera la aviación (con 18 aparatos de gran bombardeo) a media tarde del día 30. Hicieron varias pasadas: la primera, sobrevolando lo alto de la Patuda y descargando, sobre nuestra compañía, parte de su carga, con el balance providencial de únicamente dos o tres contusos; la segunda, en la parte este de la Patuda; y en la tercera se dirigen irremisiblemente hacia nosotros, de tres en fondo, aunque están a varios kilómetros. Nos echamos a temblar y buscamos alguna trinchera o hueco que nos defienda de la metralla. Es terrible la explosión de las bombas, pero más el ruido amenazador que producen en el aire antes de impactar. Pensé (en unos segundos) que era el último día de mi vida, y más cuando sentí que habían caído cerca de mí tres o cuatro bombas, pues venían barriendo nuestro campamento y pronto estarían encima de nuestras cabezas. Me encomendé, con todo fervor, a la Santísima Virgen del Carmen, mientras dos enormes bombas caían cerca de mi cuerpo. ¡Todo ha sido terrible, pero me he salvado…! Siento dos fuertes golpes en mis piernas y otros (más leves) en diversas partes del cuerpo. No quiero salir de la trinchera, pero abro los ojos y levanto levemente la cabeza: veo el monte ardiendo con una humareda siniestramente rojiza… Por fin, se alejan los aviones. Siento un dolor intenso, mientras observo que tengo los pantalones rotos por la metralla. En una pierna, corre sangre; y en la otra, noto que se va hinchando rápidamente. Un sanitario me cura y, gracias a Dios, la herida no es de importancia, por lo que no tienen que hospitalizarme como a otros tres heridos, dos bastantes graves. Podré seguir en la compañía…

Úbeda, 7 de julio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

 

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