Por Mariano Valcárcel González.
Estas elecciones municipales me estaban dando cosas en las que pensar y me estaban mostrando realidades que explican ciertas cuestiones existentes, que uno hubiese querido, deseado, nunca estuviesen ahí.
Empecemos por la campaña general en sí, que se ha demostrado, en sus tramos últimos, bronca desapacible, traicionera y mentirosa, utilizándose todas las armas a mano (reales o virtuales, con sentido o sin él) para desprestigiar al contrario. No ya la tradicional salva de promesas publicitarias, que de sobra se sabe no cumplirán, ni las cabalgatas por asilos o mercados que luego ya no se volverán a pisar; es que se ha echado mano del juego sucio más evidente. Yo creo que ello es consecuencia del nerviosismo, inédito hasta la fecha, de ciertas candidaturas (especialmente del PP) que se sentían muy seguras de la victoria y ahora intuyeron que no era oro todo lo reluciente.
La inclusión de personas no muy recomendables, señaladas más que con insinuaciones sobre su manifiesta deshonestidad, cuando se pedía y era lo deseable que no hubiesen aparecido por ningún lado, se ha mantenido dando por cierto que el partido que así lo consiente es igual de poco recomendable que esos sujetos. Por lo tanto, ahora ha sido más evidente la trama de clientelismo y corrupción que los partidos (unos más y otros mucho menos) llevan cargada a sus espaldas y con la que persiguen continuar como si nada hubiese pasado y nada hubiese que explicar ante los electores. Total, que se evidencia el respeto que se tiene a la democracia representada en los comicios.
Y luego estaban los nuevos. Los que se presentaron como angélicos e inmaculados seres, casi etéreos, que pretendían dar lección de nuevas formas, modos, pareceres y prácticas y, por supuesto, dar por sentado que la etapa de los otros ya había sido superada. Y su poder estaba en el mensaje, deseado y esperado tanto tiempo. Y lograron remover las seguridades ancladas en el conformismo y la rutina. Esa fue su aportación. Pero también cometieron errores de bulto.
Me centro en mi pueblo, Úbeda. En las elecciones anteriores, las andaluzas a destiempo, lograron marcar su presencia, en especial Podemos. Ahí había una fuerza nueva y alternativa con posibilidades de protagonismo en la constitución del consistorio nuevo. Pero la cúpula nacional ya tenía sus propios problemas internos a costa de sus ideas y sus prácticas y sus propias contradicciones; así que lanzaron la novedad de no presentarse como tales en los municipios, abriendo pues la puerta a constituir agrupaciones electorales que los supliese. Esto, a la postre, podía mostrarse como un error de bulto, como en Úbeda sucedió.
Decididos a no perder la oportunidad de entrar en el ayuntamiento, algunos constituyeron la agrupación electoral llamada ÚBEDA QUIERE, que hubo de recoger las necesarias firmas ciudadanas para presentarse. Curioso que, quien figuraba como cabeza visible de Podemos en la localidad, no entrase voluntariamente en esta lista. Esta maniobra se había hecho en muchas ciudades y pueblos, incluso con el respaldo explícito y presencial de la cúpula dominante en el país.
Hete que a media campaña y hasta la última fecha surgieron, de golpe ante la opinión pública, descalificaciones del Podemos local a los miembros de esa agrupación, tales y con tal virulencia que hasta se llegó a publicar la decisión de Podemos de desautorizar a los otros, negándoles el pan y la sal como si de unos apestados se tratase. Estupefactos quedábamos los demás ubetenses ante el espectáculo triste que estaban todos ellos dando. Lo que se iba entendiendo, si es que ello se podía entender, pasaba por el mundo de las esencias. Sí, por el espacio etéreo de los virtuosos, de los elegidos para sentarse a la derecha del Padre, de los que guardaban para sí y sobre sí la pureza de la marca.
Con tal de no contaminarse, dejaban a los enfermos morir, porque esto es lo que se podía lograr, que todo se fuese al traste y que la posibilidad de que una formación nueva entrase en la lid del día a día, de la realidad palpable del gobierno (o de la oposición) municipal, acotando con su fuerza los desmanes habidos o futuros de los partidos más apegados a la rutina y a sus intereses personales, eso se quedase en el limbo de las meras intenciones futuras o de la llegada de los salvadores incuestionables (como una segunda venida del Mesías).
El choque entre la realidad y la teoría es tan brutal que algunos, intuyéndolo, no se atreven a protagonizarlo, deudores únicamente de su ideología mejor o peor teorizada. Si salen del laboratorio ya no entienden nada. El miedo, pues, les atenaza y se impiden e impiden a los demás marchar por las sendas angostas de la transformación, a pulso y a pico y pala, de las mismas. La esperanza teórica, pues, es que se produzcan siempre “las condiciones necesarias” que les faciliten el trabajo y los lleven en volandas al poder. Pura teoría revolucionaria de los primeros tiempos.
Pues no, que hay que decirlo: así no. Desperdiciar los instrumentos que se tienen para ir paso a paso de transformación en transformación y también, de paso, ir demostrando que lo que se promete se cumple es como mínimo ineficaz, lesivo a los intereses de quienes se dice defender, mentira programática y, desde luego, un suicidio como movimiento político y hasta social. Miremos al Movimiento Cinco Estrellas (Beppe Grillo) de Italia. ¿Qué ha hecho con los votos obtenidos…? Nada.