58. Atenciones de gratitud

Por Fernando Sánchez Resa.

Yo aprovechaba los días que no salíamos a trabajar (por lluvia u otra causa) para visitar a mis antiguos compañeros de la cárcel, que trabajaban en la alpargatería. Como ya me conocían los guardias de asalto, me dejaban entrar y allí pasaba largos ratos charlando con aquellos, comunicándoles noticias y consolándolos, para que comprobaran que en mi libertad me acordaba de ellos, sin importarme ser sospechoso entre los rojos…

También me pasaba un ratito a verlos, todos los lunes y sábados, aprovechando que iba a llevar la ropa a las buenas hermanitas del hospital, que siempre me lavaron y remendaron la ropa gratuitamente y de buena voluntad, tanto de preso como de soldado. Y, como estaba tan agradecido, prometí regalarles la celebración de la misa del gallo (a media noche del día de Navidad); pero todo se malogró, pues, días antes, llegó la orden de traslado e incorporación a la brigada de Choque para los frentes de guerra…

Nunca olvidé su amistad ni escatimé su correspondencia, escribiéndoles algunas cuartillas, incluso en los momentos más azarosos del combate en el que el continuo fuego de fusil, las granadas rompedoras, el retumbar del cañón, el tableteo de las ametralladoras e incluso el frecuente bombardeo de los aviones, siempre me harían recordar los tranquilos tiempos pasados en esta ciudad.

En verdad que tuvimos mucha suerte y protección de Dios, pues, mientras yo estuve en Martos, nunca sufrimos un bombardeo de los nacionales; mas, poco después de marcharme, sí que hubo varios, destruyendo, uno de ellos, nuestro cuartel…

Siempre habría de agradecer la protección de Dios bendito, como experimentaría, en adelante, en múltiples ocasiones…

Torre del Mar, 3 de mayo de 2015.

fsresa@gmail.com

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