Hombres de aquí

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Muy justo y pertinente este artículo de Ramón Quesada, porque se refiere a dos insignes personajes a los que admiraba. Uno fue un verdadero artífice de la batuta y el pentagrama. Con el otro, le unían estrechos lazos familiares, como ineludiblemente podemos observar en la coincidencia de ambos apellidos. Justa es la publicación de esta pequeña reseña para hacer patente, en lo posible, la perpetuación de sus respectivas memorias.

Rober Browning, durante una de sus emociones turbulentas, se preguntó si el mundo no terminaría aquella noche. En este caso, no fue todo el mundo, pero sí dos hombres de esta tierra los que el pasado mes de enero nos dejaron para siempre: don Emilio Sánchez Plaza y Alfonso Quesada Consuegra. El primero, mi profesor de música y amigo; y el segundo, mi entrañable primo hermano, de cuya pérdida no sé si voy a recuperarme. Don Emilio ha muerto de “muerte natural” ‑noventa y nueve años‑ y mi primo porque la divina Providencia así lo ha querido, pero… ia los cincuenta y cinco años!

Don Emilio llegó a Úbeda en 1927 de Pechina, donde había nacido un año antes del final del siglo XIX, y tal maña se dio, de tal forma nos quiso y le quisimos, que con su personalidad de caballero, con la batuta y el pentagrama, ganó las oposiciones al nombramiento de hijo adoptivo de la ciudad y un sinfín de excepcionales cortesías que yo, francamente, no me atrevo a citar por miedo a la omisión; pero han sido muchas. («Ningún gran hombre vive en vano: la historia del mundo no es más que lo biografía de los grandes hombres», sentencia un proverbio hindú). Su producción musical es digna de ser elevada al podio por el que van pasando los grandes compositores.

Obras magistrales, decenas de composiciones salidas de su gran ingenio musical, inspiradas en temas populares y religiosos, las guarda Úbeda como un rico patrimonio que cada día adquiere mayor valor. Inmortales, por tanto, ellas vencerán a los siglos, a los destinos y a los hombres que, cuando las interpreten, lo harán pronunciando su nombre. Alfonso Quesada Consuegra fue un ubetense excepcional y sencillo al que poca gracia le hicieron los halagos y los tocamientos de espalda. Era tan modesto que, cuando ocupó algún cargo en la sociedad, yo creo que ni él mismo se enteró. Lo suyo eran el trabajo y la familia. ¿Su oficio? Su oficio fue el crisol donde se aleaban sus metales, la mano que fundía las piezas para los mecanismos de extracción del oro de nuestros árboles verde y de luna. Desde pequeño, pertenecía a la cofradía de “Jesús en la columna” y, en la plática del funeral de córpore insepulto, don Robustiano, párroco de San Isidoro, aludió a su persona diciendo: «Todos los años, para Semana Santa, Alfonso elevaba a su Cristo hasta el trono con su fuerza de hombre joven. Ahora Dios le ha pagado con la misma moneda y ha sido Él el que, levantándole de esta tierra de debilidades, le ha subido hasta su trono en el cielo». Si como dice G. Greenne, es muy difícil fusilar a un hombre que ría, ¿cómo puede la guadaña, siendo ciega, aniquilar la vida de un hombre que, como Alfonso, se deshizo en generosidad?

Yo creo que, y esto es pura divulgación, entre la risa del hombre de Greenne y la prodigalidad del mismo Alfonso, de intentarlo, pudiésemos ver un hado indolente, insensible que, con el mismo metro, se hubiese atrevido a medir dos vidas discrepantes; pues la del primero, un reo embadurnado de infamias, ya estaba medida por la justicia; y la del segundo, un bienaventurado, la talladura ya fue hecha por la omnipotencia divina, al nacer a la vida. Su muerte, según la creencia cristiana, sólo ha sido una transformación; o sea, su intransparente metamorfosis. La de mi maestro de música, don Emilio, simple cuestión de ajamiento; una flor que, expuesta al paso del tiempo, se ha marchitado por demasiada vida vivida.

(21‑02‑1999)

almagromanuel@gmail.com

Deja una respuesta