Feliz 90.º cumpleaños, abuelita Manuela

Enviado por Fernando Sánchez Resa.

Querida abuelita mía:

Hoy cumples nueve décadas. ¡Quién iba a imaginarlo! Seguramente ninguno de los que acogieron gozosamente tu nacimiento, primer fruto primaveral maduro en el frío invernal del comienzo del año (aunque, oficialmente y para la historia, tu llegada conste diez días más tarde). Sí, seguramente nadie de los que vivieran ese momento imaginaría que tu vida superaría la suya, la de tu madre y la de tu padre, que te llevó, según nos has contado, envuelta en su capa a que te conociera su anciano y viudo padre, tu abuelo Manuel, con quien compartes el nombre. Aunque lo recibirías en honor de su mujer, tu abuela Manuela (matriz de tantos vástagos…), como lo ha venido haciendo, de generación en generación (al menos, que hayamos investigado, desde el siglo XVIII), tu estirpe de abuelas y nietas.

Sí, abuelita, hoy cumples noventa años, a pesar de los problemas de salud, ya desde temprana edad, casi en el ecuador de tu vida, y que has sabido llevar pacientemente, sin queja ni gemido. Más bien, haciéndonos creer que, en lugar de envejecer, tu cuerpo regresaba al paso incierto y balbuciente de la primera infancia.

Hoy, al contemplar la evolución de la vida cotidiana, venero tu linaje hortelano, tu vinculación a la tierra, a sus frutos y colores, acompasado a sus ritmos y estaciones, a todo ese saber y vivir que ya no tenemos. Y al que a veces miro con añoranza, dándole un toque de Arcadia que, seguramente, nunca tuvo para vosotros, para ti, para tus antepasados. ¿O quizá sí?

En nuestras conversaciones de mediodía, me enseñas lo que es verdaderamente importante. El miedo de la noche y la alegría que suponen los primeros rayos diurnos que se cuelan por las rendijas de tu persiana. Tu guiso sencillo, de sabia combinación nutricional: el potaje de cereal y legumbre, las patatas, el tomate, los boquerones, las almejas, el aceite, el ajo, la cebolla y los andrajos. Tu rato de sol. Tu mirada al cielo, preocupada, cuando llueve o hiela, pensando en tu hijo pequeño, en el puesto del mercadillo a la intemperie. Tu sempiterna exhortación a la conservación de la salud («que no sos pongáis malos»). Tu sorprendente valentía, en el ocaso de tu vida, en tu hogar.

Sobre este pentagrama, el devenir diario improvisa nuevos compases. Algún suceso de la ciudad, de la calle, de los titos, de los primos, de tus bisnietos… que te han contado o que has presenciado. A veces, tú misma, recordando aquello que leíste en la revista 60 y más, me interpelas si eso ya me lo has contado, que las personas mayores soléis repetir varias veces las conversaciones. No importa, abuelita, repítenoslas para que nunca las olvidemos, para que nunca te olvidemos a ti.

En otras ocasiones, es una sencilla anécdota del día la que motiva tu relación escrupulosa de situaciones y hechos. Como el vuelo de una de las últimas moscas del verano, que se cuela en la casa por el patio y, atravesando el pasillo, llega al salón y pugna, en los cristales del balcón, por salir al radiante día. Y que sólo, con tu llegada y actuación, consigue la ansiada libertad. En esos momentos, te interrumpes e inquieres si, acaso, no será demasiada nimiedad como para ser objeto de conversación. Sin embargo, ese detenimiento tuyo en lo menudo, en lo que nadie mira, me hace pensar que es algo más valioso de lo que creemos. La mosca pequeña e insignificante, a menudo molesta e inoportuna, y en la que nadie repara, es, sin embargo, objeto de curiosidad en el que coincides con un poeta como Dámaso Alonso. Si bien, tu sabiduría y bondad sencillas te impelen a actuación muy distinta a la del escritor, que, en su Elegía a un moscardón azul, primero asesina y luego contempla, con congoja, la belleza del insecto exánime. Tú, gigante de la vida, se la concedes al minúsculo ser, pues, si vida son sólo días quizá la del ser humano, sin saberlo, se convierta también, a la postre, en la de un diminuto volátil, ¿te corresponde a ti arrebatársela o concedérsela?

Ojalá también Dios, para quien insectos somos todos entre sus manos, nos regale otro nuevo año más de tu vida con nosotros. Dios lo quiera.

1 de enero de 2015.

Margarita Sánchez Latorre.

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