Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Esta es una de las obras más injustamente inacabadas, cuya puesta en servicio hubiera dotado de comunicación por vía férrea el enorme vacío existente en el sureste peninsular. Ramón Quesada glosa en este artículo las diversas vicisitudes que ha atravesado el citado proyecto, desde sus inicios bajo el reinado de Alfonso XIII ‑para ser más concretos, aunque no se mencione en el artículo, gracias a la influencia del general Saro (don Leopoldo Saro Marín), cubano de nacimiento y ubetense de adopción‑ hasta el último amago fechado en 1991, bajo la “hégira sociofelipista”.
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Cuando Marco Tulio Cicerón se pronunciaba diciendo que todos los hombres pueden caer en un error, pero que sólo los necios perseveran en él, tenía muchísima razón.
No ha sido ni en una ocasión, ni en dos, ni en tres. Las veces que ha sido vox pópuli la noticia de la “inminente” revitalización de las obras del viejo proyecto ferroviario que había de unir la estación de Baeza con Utiel desde que, en la década de los sesenta, se paralizasen los trabajos, inaugurados por Alfonso XIII, hace la friolera de setenta y cinco años. (Y no yerro al decir “friolera”, pues aquel 14 de enero de 1926 se caracterizó por ser un día con varios grados bajo cero).
Resulta, pues, que ahora, apenas comenzado este año ‑que, por lo pronto, no nos ha traído nada bueno‑, esta de la reanudación de las tareas del ferrocarril ha sido una de las dos propuestas elaboradas por Manuel Egido, interventor de Renfe, presentadas en el congreso provincial socialista que se ha celebrado en Jaén, y que, según sus propias palabras («… teniendo los puntos de conexión en Vilches y Requena, con trazado más sano y diferente a través de Navas de San Juan, Santisteban del Puerto, Castellar, Sorihuela de Guadalimar y Beas de Segura, a enlazar con el antiguo y anterior trazado, desde Albacete ya efectuado y sin utilizar ‑y destrozado, rotos muchos túneles como bien saben los productores de champiñón y en total ruina y abandono todas sus edificaciones, añadiría yo‑, por la entrada en funcionamiento de la línea de alta velocidad a través de Brazatortas, que origina la disminución del tráfico por la actual Despeñaperros»). El trazado, según Egido, sufre una ampliación y se le ha bautizado con el rimbombante apodo de “línea del aceite”, mucho más adecuado que aquel de “ruta del esparto”, que ya no tendría sentido.
Pero, ¿se habrá vuelto sobre tan manido tema para, al final, darle la razón al cuestor de Sevilla? ¿Caerá la ponencia de Egido en saco roto o en tierras de barbecho como todas aquellas que también “con buenas intenciones” le precedieron? ¿U ocurrirá como en el cuento de la lechera o, por fin, vendrá el lobo de verdad después de tantas tergiversadas voces de alarma? Más valdría así. No quisiera yo, que soy dado a creer en los hombres, tener que hacer otra vez un enésimo mohín de decepción, poniendo, hasta que se me olvide, nuevamente en entredicho las buenas intenciones de los humanos.
Y ahora que hablo de “buenas intenciones”, pienso que, con el viaje de Alfonso XIII a Jaén, quedó evidenciada la buena intención del monarca según los motivos expuestos. Limitándome a mi pueblo, desde que en 1570 pisase suelo ubetense Felipe II, ningún soberano lo había hecho hasta la visita de Alfonso XIII. Con mejor suerte, le antecedieron otros reyes y emperadores, pues prometiendo estos «guardar los fueros y privilegios concedidos a Úbeda» por todos ellos, a Alfonso XIII no le cupo la suerte de ser el rey que inauguró un proyecto que, debiendo haberse logrado, está hoy olvidado y por los suelos.
El rey español, que quince años más tarde muriese en el exilio, en Roma, almorzó aquel 14 de enero de 1926 en la casa palacio de la marquesa de La Rambla, con un menú complejo a base de huevos revueltos con trufas, lenguado a la parrilla ‑Maitre d’Hotel‑, chuletas de ternera en cacerola, guisantes a la francesa, capones asados, ensalada de puntas de espárragos y manzanas a la infanta, vino amontillado NPU, pisportel 1920, chantreau Citrau 1905, Vinícola 1900, Munm Corclon Rouge 1913 y fine champagne.
Repletos los estómagos y hechos lo honores a la señora anfitriona, se portan suculentos placeres de arte culinario. En la sobremesa, se informa al soberano de, entre otras, la necesidad de que el ferrocarril Baeza‑Utiel pase por el término municipal de Úbeda, lo más próximo posible; y de que el pantano del Tranco pudiera llegar a ser una realidad en plazo breve, «por ser de gran utilidad a los intereses agrícolas de esta ciudad».
Queda claro, por tanto, que en esta visita del monarca, en cada una de las ciudades en las que se detiene, le es solicitado lo que “buenamente” se puede y sin salirse de los límites razonables. Si en Úbeda se le pide agua para el riego agrícola y el ferrocarril, Andújar le muestra las obras del pantano de la Lancha «para aumentar su riqueza agrícola»; en Baeza, admira la belleza de los caballos sementales y toma luego un aperitivo de fiambres, dijes de repostería y vinos de marca. Jaén le recibe apoteósicamente, acepta un artístico pergamino que para su augusta esposa le entregan las damas jiennenses y el cronista oficial de la provincia le regala los trece volúmenes que van editados de la revista Don Lope de Sosa.
A nadie pasa por alto que en las peticiones al rey de España predominaba la de las necesidades agrícolas; en este caso, el agua. Todas ellas, que se sepa, se cumplieron; pero ya en otros tiempos y por otros gobiernos.
¿Qué se le recabaría hoy a don Juan Carlos I, si realizase en Jaén el mismo recorrido que su augusto abuelo? Según Manuel Egido, interventor de Renfe, un transporte fácil para la salida de nuestros aceites; y si no, ¿para qué eso de “línea de aceite” que promulga?
(25‑02‑1991)