Por Fernando Sánchez Resa.
Nunca llegué a pensar que, después de 44 años, volvería a ser alumno de la Safa de Úbeda… Y como todo tiene su intríngulís, les cuento mi pequeña historia personal; si a ustedes les interesa, claro…
Me jubilé como maestro, el curso pasado, tras 41 años de servicio en la administración educativa andaluza… Y como tengo la mente inquieta, primero disfruté durante unos meses de lecturas, escrituras, familia, amigos y paseos por las diferentes rutas ubetenses del colesterol, entre otras muchas actividades realizadas, hasta que me di cuenta de que me faltaba algo: seguir aprendiendo de manera más programada… Por eso, cuando empezó este curso escolar, me matriculé en el Centro de Lenguas Modernas “Jesús Mendoza” (¡qué acierto, haberle puesto ese nombre!); pues, aunque lo que quería ‑en un principio‑ era perfeccionar y recordar el francés aprendido en bachillerato y magisterio, al no haber cursos en Safa para ello, opté por escoger el esperanto mundial: el inglés…
Y aquí me encuentro, a mis sesenta años, yendo a clase reglada lunes y miércoles de 7 a 9, volviendo a ser lo que siempre fui: un alumno; pero con bastantes diferencias respecto a ser profesor; pues, si antaño fui del pelotón de los listos, ahora me ubico más en el pelotón de los torpes y con jóvenes compañeros que poseen mentes más dúctiles y frescas que la mía, que cogen al vuelo lo que yo tengo que remachar en casa, a esta edad en la que, como dice graciosamente una de mis compañeras adultas: «Si ya lo único que retenemos son los líquidos…», pues la memoria cristalizada se me va resquebrajando, mientras que la memoria fluida se me vuelve torpe y tardía en atrapar todo lo novedoso…
¡Quién me iba a decir a mí que volvería a cruzar, una y otra vez, el patio de columnas que tanto me impactó cuando llegué a estudiar magisterio y al que siempre llamábamos “Paraninfo”, que sonaba a universidad…! Pero así es la vida, y hoy me veo con el A1 de inglés en el bolsillo, habiendo pensado dejarlo; pues, a pesar de ser jubilado, son tantas las aficiones que tengo, que todo el tiempo libre que poseo no me alcanza para abarcarlas y disfrutarlas… Pero amigos y compañeros ‑incluso familiares‑ me animan a emprender una nueva epopeya estudiantil, el 16 de febrero, matriculándome en el A2, ahora que ya no necesito títulos para colocarme, por lo que me encuentro dudando qué decisión tomar, pues lo que en realidad yo pretendo es conocer el idoma de Shakespeare, tanto el hablado (¡qué difíciles son los listening ‑‘las audiciones…’‑; como antaño me pasaba con los dictados musicales, en el Conservatorio de Úbeda…!) como el escrito, para poder practicarlo con cualquier turista o en mis viajes al extranjero, y leerlo en artículos y libros que siempre me enriquecerán… Aunque no creo que, a este paso, acabe como el insigne escritor Jorge Luis Borges que murió cuando estaba aprendiendo el japonés, en su ilimitada ansia por saber, pues mi mediana inteligencia no puede comparársele…
Así que ahora me veo siendo el alumno mayor de la clase y que a la hora de presentarme a los compañeros y a la joven y bella profesora he de decirle lo que ya suelto con desparpajo en cualquier sitio: I am retired (‘estoy jubilado’); y me quedo tan campante… Como todo tiene sus ventajas e inconvenientes, he tenido la suerte de conocer a compañeros de ambos sexos, principalmente del sexo femenino, que me han servido de hermanamiento al sufrir las mismas situaciones diariamente con ellos y que me han dado un impulso de optimismo que me anima a seguir en la brecha discente… ¡Cómo se vuelve a ver la clase de diferente manera! No es lo mismo ser maestro ‑‘teacher’‑ que ser alumno, pues los nervios diarios para afrontar las preguntas y explicaciones de la profesora, la constancia en hacer los deberes diarios y el pundonor de enfrentarme a los exámenes finales, tanto escritos como orales, con el famoso topic ‑‘tema’‑ sobre el que hablar oralmente a la cabeza, me retrotraen a tiempos pasados sintiendo el mismo vértigo, idénticos nervios y similar ansiedad, que se me pegan tanto en el estómago como en la mente, habiendo comprobado que por la edad y la cantidad de exámenes superados, tanto en Magisterio como en la UNED y en el Conservatorio, me hacen sentir lo mismo que cualquier actor antes de salir a escena: el vértigo y el estrés del directo, intentando sacar fuerzas de flaqueza ante el reto que se me presenta, auto reforzándome positivamente, como decimos los psicólogos, para que el aprendizaje me sea más provechoso y eficaz.
Así que, en ello estoy, haciendo válido el famoso dicho: «El saber no ocupa lugar y es muy necesario»; pero como es tan volátil, se esfuma, si no se le retiene amorosamente…
Úbeda, 5 de febrero de 2015.