Por Dionisio Rodríguez Mejías.
5. Déjame que te quiera.
La habitación estaba en silencio absoluto. Sólo la música seguía sonando melancólica y triste. Me echó sobre la cama, se arrodilló encima de mí, mordisqueó mis labios, levantó los brazos, se quitó el sujetador, lo tiró al suelo, tomó mis manos, las besó y acarició con ellas sus pechos debajo de la blusa. Notaba cómo se estremecía y escuchaba su respiración ardiente y agitada. Pienso que mi falta de experiencia la encendía cada vez más.
—Tienes las manos frías —dijo a mi oído—.