Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1. ¡Una fortuna!
Fue una noche de finales de noviembre. Eran más de las diez y regresaba a la pensión después de asistir a clase. Hacía un tiempo de perros: soplaba un viento frío y lloviznaba con esa inclemencia, áspera y desabrida, que tiene la llegada del mal tiempo a finales de otoño. Llevaba puesto mi impermeable azul marino que hacía las funciones de gabardina y abrigo largo. Pensaba que tenía encima los exámenes de Navidad y no podía fallar en la primera prueba universitaria a la que me enfrentaba.