Por Dionisio Rodríguez Mejías.
5.- La novia del señor cura.
Apuró el café de la taza que tenía sobre la mesa y, sin entrar al trapo, me miró a la espera de conocer el final de la historia.
—Y, ¿cómo acabó aquello?
—Pues que al terminar los parlamentos, la gente, puesta en pie, dobló su habitual cupo de ovaciones. El Prefecto, seguido de su cuadrilla, se marchó furioso como un “miura”, mientras Galarza, levantando los brazos como un torero en tarde de vivas y de olés, se deleitaba con las enhorabuenas. Y ahora viene lo más sorprendente.