“Cocina”

Por Mariano Valcárcel González.

Las encuestas son siempre muy relativas y sus resultados opinables, porque dependen de la forma de tratarlos (“la cocina”, se le dice) y de interpretarlos. Manipulables, en suma. El chiste aquel de los pollos que come al año un español y la reacción del pobre que no los come es un exponente, grueso, de la realidad del mundo de las encuestas, por muy asépticas y objetivas que se las quiera presentar.

Máxime, cuando el campo de trabajo que se ha consultado es bastante estrecho o definido, o no es amplio ni representativo de la sociedad general. Los muestreos suelen ser escasos por la incomodidad y el gasto que supone tener muchos encuestadores dispuestos a patearse campos y ciudades.

Una experiencia personal me demostró cómo se es capaz de elaborar datos y presentarlos como definitivos, para abonar las propias tesis de trabajo, a partir de la nada… O casi. Asistía yo a un curso de enseñantes o personas dedicadas a la educación y sus teorías, de cierto nivel académico, y me encontré con un señor que exponía conclusiones sobre determinadas cuestiones pedagógicas y de participación en el mundo escolar (padres principalmente), “cocinado” el material en el correspondiente departamento universitario de Ciencias de la Educación, y me chirriaban los datos expuestos y, sobre todo, la poca precisión de las fuentes sobre los que estos datos habían sido obtenidos.

Así que, al descanso de las sesiones, me acerqué al personaje y de forma inocente le empecé a sonsacar algo más concreto al respecto. En particular, me interesaba conocer la forma en que se habían obtenido los datos y la amplitud del muestreo. Como en cierta manera lo iba apretando, acabó por confesarme que ni él ni sus colaboradores habían salido del departamento, que los datos los habían obtenido por formularios enviados a los diferentes centros del profesorado o a los centros docentes; o sea, que en verdad no hubo ni exploración in situ ni confirmación sobre el terreno de lo que se les enviaba. Y, sin embargo, a partir de ese entramado poco fiable, habían montado toda una estadística (con pelos y señales, y medianas y porcentajes y gráficas muy chulas, eso sí) que demostraría lo que ellos querían creer o hacernos creer a los demás.

Un compañero, que me acompañaba en la investigación, me dijo que yo era un cabroncete (eso sí, amigablemente) por haber descubierto el cartón de la cabeza de la muñeca. O sea, por ser tan incrédulo. Desde luego que no se me ocurrió levantar la liebre en las sesiones y sesudas disertaciones posteriores; faltaría más. Que allí, cada cual que llevaba ponencia la llevaba bien amarrada, según su propia ideología (dominando la progresía), y no lo ibas a descabalgar por esos detalles nimios.

De las que escuché, sólo una ‑de un catedrático, creo que de Granada‑ era concreta, concisa y, sobre todo, realista sobre lo que estaba sucediendo en el mundo educativo, y sus reformas o reformillas, y sobre lo que en consecuencia se veía venir, si no se actuaba a tiempo. Este hombre (no recuerdo su nombre), creo que era de gran prestigio entre sus colegas y no se atrevieron a contradecirle. Me queda, para mi orgullo personal, la alegría de ver que, dada una intervención mía en la sesión de preguntas, este hombre se me aproximó y me felicitó porque, según su apreciación, había puesto el punto sobre las íes.

Pues que se elaboran encuestas para periódicos, para las televisiones, para núcleos de fabricación de opiniones, para centros de estudios más o menos tendenciosos o sujetos a fieras ideologías y hasta para la conferencia episcopal (que no fía tanto en el espíritu santo como en los sondeos de opinión). Y ahí tenemos esa encuesta de población activa (EPA terrible), más fiable que las estadísticas que proporciona el INEM y que muchas veces se contradicen.

Las encuestas de audiencias de medios informativos (principalmente radios y televisiones), según las publica una empresa particular dedicada a ello, son cada día más difíciles de interpretar (cual la factura de la electricidad), pues, en cuanto se publican, cada medio dice ser el ganador de audiencias (de share, que así de simples y seguidistas somos); te marean con si en los noticiarios de tal o cual hora, si en programación de mañanas o de tardes, si en aumentos sobre tal o cual cadena… Como en los días de elecciones, tras los datos ya sólidos, donde todos ganan y ninguno pierde. Mentiras a destajo, mentiras compulsivas para no admitir en público lo que es sabido, lo que ha resultado.

Y el CIS es ese instrumento administrativo oficial que sirve más de arma del ejecutivo que de editor de datos fiables u objetivos de la sociedad a la que sigue, explora y cuantifica. Al menos, es lo que se viene haciendo desde que el centro se inventó. La manipulación descarada de sus informes, tergiversada y tendenciosa, siempre a favor de los gobiernos de turno, es innegable; por ello, a cada gobierno le es tan imprescindible cambiar, en cuanto llega al poder, al responsable titular de esa casa y, si les valiera, cambiarían a los funcionarios que osasen presentar datos desfavorables. Pero, como digo, está bien planeado para que lo que se publica y salga a la luz ya ande bien “cocido y aliñado”, según el gusto de sus comensales de turno.

Me gustaba, con el alumnado de enseñanza de adultos, hacer algún trabajo que se pudiese tabular y presentar estadísticamente; algunas veces, hicimos someras encuestas. Simplemente, como ejercicios aplicados a sus conocimientos y curiosos. Al menos, lo que les salía para ellos sí que era fiable.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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