Por Fernando Sánchez Resa.
Al entrar en la iglesia y hablar con nuestros amigos presos, obtenemos funestas impresiones: el local era pequeño, no había ventilación (ni agua ni retretes) y, además, húmedo. Nosotros, que esperábamos tener un buen rancho al medio día, nos encontramos con que nuestros compañeros no habían comido nada en las 24 horas anteriores; por lo que la comida del medio día brilló por su ausencia.