Banderas

Han colocado una gran bandera en una nueva rotonda de entrada a mi pueblo. De España. Claro que no la republicana, que también debe ser de España, según se cree y la historia enseña.

Es la llamada desde la victoria franquista la “nacional”. Que fue (o ahora otra vez lo es) la bandera real del Reino de España. Y que la definió Carlos III como enseña y distintivo de los navíos españoles, porque allá por el siglo dieciocho en alta mar era algo confuso distinguir los diferentes trapos de las diferentes naciones que se cañoneaban y pirateaban en el Atlántico, y cuando te dabas cuenta de que eran los malvados ingleses los que estaban ya a tiro de cañón, ya no había remedio ni tiempo para zafarrancho en regla. O sea, un desastre de navegaciones, con los peligros que tenían por culpa de meras banderas que interpretar o exhibir.

Por cierto, que ese gran trapo de dos colores tan vistosos, rojo en dos franjas y, en medio, el amarillo o “gualda”, como se nos enseñaba en tiempos lejanos, fue adoptado en tal diseño tras manejar el del Reino de Aragón. Que precisamente es de iguales colores llamativos, pero cuatribarrado en rojo. Y que ahora se le nombra como senyera sólo en Cataluña, que es la que se apropia como dueña y señora de tal enseña. Así que cierto es que esta bandera fue origen de la otra.

Bueno, pues que nos ha colocado el regidor pepero de mi pueblo una bandera en largo mástil, bandera rojigualda nacional. Y, con esto, no hace sino copiar de otros municipios, peperos en sus regimientos en general, que ya hicieron lo propio hace años. En concreto y por circunstancias, debo pasar muchas veces por una rotonda que divide los caminos entre Aguadulce, El Parador y Roquetas de Mar, en Almería. Y ya lleva varios años colocada ahí.


Los andalucistas de mi pueblo, ahora, han venido a darse cuenta de que hay espacios en los que se podría poner una bandera verdiblanca. Y deben haber olvidado que, cuando tuvieron concejalía ejecutiva (e hicieron rotonda), no plantearon esta cuestión, ni la ejecutaron manu militari (o yo no me enteré). Y los republicanos quieren que se coloque la suya.

Ya lo indiqué, trapos coloreados a los que se les da un valor y un sentido que de por sí no tienen. Que pasado el origen de señalización, localización, orientación, orden y distintivo necesario en las unidades militares (en especial en la propia batalla) y de los barcos de guerra, se le adjudicó el de identidad nacional por extensión del efecto mimético ejército‑país.

Y otra extensión, avanzando ya más pasos, en la identificación estado‑régimen político, representados en la consiguiente bandera. Por lo tanto, especialmente en regímenes de implante totalitario, hace falta que la bandera represente exactamente a ese régimen exclusivo; bandera exclusiva. La URSS adoptó como enseña la bandera del Partido Comunista tal como Hitler cambió la alemana por su bandera partidaria. Franco, por no ser menos y distinguirse de lo anterior, volvió sobre la bandera real, pero amenizada con sus símbolos particulares del Movimiento (no se atrevió a dejar la de Falange como nacional).

Cuando un régimen político persigue su exclusividad y su perpetuación en el tiempo, cuando se asienta sobre su preponderancia y su dictadura, entonces le confiere a la bandera un sentido añadido de patrimonialidad. La bandera así ofrecida es en realidad sólo un préstamo, una cesión temporal, un arriendo, si cabe, que vence en determinadas circunstancias. La bandera es propiedad sacrosanta (y esto de la sacralidad es otra cualidad añadida por estas estructuras de poder) de unos cuantos muy determinados, que son los que dicen quererla más, resguardarla de todo mal, llevarla sobre sí en cualquier momento y lugar. SU BANDERA.

Su querer es único e intransferible.

Por lo mismo, los desplazados de tales propiedades y sentimientos, los excluidos por sistema, o se buscan otras banderas a las que conferirles a su vez todas las propiedades y virtudes de la anterior o reniegan de la misma públicamente (como es lógico, tras renegar también de los que la defienden). O se inician las llamadas guerras de banderas, tan absurdas, porque obedecen por todas partes a los mismos criterios absurdos de exclusividad y exclusión de los que se acusan unos a otros. Formas de representar y representarse como diferentes.

Es cierto que en países donde se superaron las graves divisiones tanto geográficas e identitarias como políticas, en los que impera el diálogo democrático y el respeto o al menos cierta tolerancia del contrario, la bandera no representa ningún signo de disidencia o exclusión y, por el contrario, es de unión e identificación nacional; y, por eso, no es nada extraordinario ni chocante ni controvertido ver su bandera en todo lugar público o privado, por doquier, sin que nadie se avergüence de ello. El caso más ejemplar es el de USA, que, superada por la fuerza la secesión de sus estados del sur, en estos territorios conviven tanto la bandera secesionista como la de la unión federal.

Pero acá, ¡ah, acá!, somos diferentes… Ya lo declaró el señor Fraga, enredado en su bandera de la dictadura.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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