“Barcos de papel” – Capítulo 07 c

3.- Una traducción gratis.

Cuando me vio llegar, “El Colilla” me miró con aire de asombro y me dijo.

—“Mosquito”, te lo noto en la cara. ¡Ya tienes trabajo!

Noté que el pulso se me aceleraba, sentí un sudor frío y sensación de mareo.

—No es seguro —contesté, sin disimular mi alegría—, pero es verdad; la visita no me ha ido mal.

No sabía cómo disculparme: había sido muy injusto con él y no se me ocurría qué decir ni qué alegar. Me había llevado con él a todas partes, sin reclamar nada a cambio, y yo llevaba semanas sin mirarle a la cara. ¿Cómo me atrevía a juzgar al único amigo que tenía? Un amigo que era capaz hasta de pagarme la pensión… Un amigo al que no le daba los buenos días y, si lo hacía, era con desprecio. Abrí la boca con la intención de decirle algo apropiado, para que me disculpara y se olvidara del asunto.

—Emilio, perdona. No te preocupes —se me ocurrió decir—, pronto te pagaré.

—No me jodas, “Mosquito”. Tú no me debes nada. Nosotros somos como hermanos. Cuando te dije que tenía un trabajo para ti, era verdad; pero, a veces, las cosas no salen como uno piensa. Podía haber salido bien, pero el demonio metió la pata: a principios de junio, un visitador médico me habló de una vacante en la sección de contabilidad de los laboratorios Lamder y te escribí; pero, a los pocos días, la cuñada de un directivo solicitó la plaza y no pudieron decirle que no. Lo siento. De verdad.

Nunca supe si la historia era cierta o producto de su febril imaginación. De todas formas, pensé que lo mejor era olvidar el asunto y ponerme a traducir los folios de francés aquella misma tarde. Él se deshizo en explicaciones, me pidió mil disculpas y, a cada instante, me preguntaba si lo había perdonado. No se puede decir que aquel día yo estuviera sobrado de reflejos; tenía una agitación, por lo ocurrido, que no me dejaba hablar, pero “El Colilla” no paraba.

No sabes la alegría que tuve cuando dijiste que venías. De verdad. Quizás es lo que siempre he necesitado: alguien con quien hablar en confianza. Comprende que no podía decirte que devolvieras el billete. Y ahora voy a pedirte un favor: “Mosquito”, no le cuentes a nadie lo que ha pasado. ¿Vale? A nadie le importa. Cuenta conmigo para todo y, si necesitas dinero, me lo pides. Hablo en serio.

Encendió un cigarrillo, me pareció que estaba algo nervioso y me juró que me ayudaría a encontrar trabajo.

—Creo que no hará falta —contesté—. Esta mañana he tenido una entrevista en un colegio de monjas en la zona alta.

Al oír la palabra “monjas”, le cambió la expresión; no obstante, yo continué como si no hubiera reparado en el detalle.

—Se trata de una especie de academia con ocho aulas solamente. Es como un parvulario, para que los niños empiecen a conocer el idioma desde pequeños. Cada aula tiene tres mesas, con capacidad para dieciocho alumnos, aunque matriculan a veinte para rentabilizar el espacio. Dice la superiora que a estas edades, los críos faltan mucho y es una pena tener sillas vacías. ¿Qué te parece?

—Me parece una solución de puta madre. Y, si un día van a clase todos los niños…, ¿qué harán con ellos? ¿Castigarlos dando vueltas al patio, como hacía con nosotros el hermano Gutiérrez? Un alma caritativa, la monjita.

Pensé que, una vez más, “El Colilla” no llevaba razón. Estaba allí, por su culpa; no tenía trabajo y la única persona que me ofrecía un poco de esperanza no le gustaba por el hecho terrible de ser monja. Tuve que dominarme para no saltar.

—Emilio, ¿por qué eres tan desconfiado? Mira los folios que me ha dado para que los traduzca. Cuando los traduzca, me harán la prueba oral y hablaremos del contrato. No es un texto difícil; en un par de días lo tendré listo.

—¿Y por qué te ha dado tantos? Con dos o tres hubiera podido valorar, a la perfección, tus conocimientos de francés. ¿No? “Mosquito”, eres un ingenuo. Me parece que esa monja además de caritativa es un modelo de generosidad.

—No hablarías así, si vieras el colegio. Es un palacete dedicado a la enseñanza.

—No digo yo que no lo sea; pero, si a cada candidato le entregan un paquete de folios como ese, en una semana les traducen varios libros sin pagar un céntimo. ¿No lo ves? Están entrenadas para sacar dinero. ¡Bonitas son las monjas! Piénsalo bien. Yo no digo que sean unas lagartas; sólo te digo que no las dejes que se rían de ti. O sea, que lo pienses bien. ¿Vale?

De nuevo, la inseguridad, el miedo, los sudores y los nervios. Desde las cuatro de la tarde estuve encerrado en mi habitación y no bajé a cenar aquella noche. Empecé a comprobar que traducir aquel texto no era tan fácil como yo había pensado. Por ejemplo, tu dois le faire, ¿cómo debía traducirse, por “debes hacerlo”, o “debes de hacerlo”? ¿Y la palabra mince? ¿Era mejor poner ‘exiguo’ o ‘insuficiente’? El adverbio ,¿‘dónde’ o ‘adónde’? ¿Qué marcas de objetos deben escribirse en cursiva? En el colegio, nos habían enseñado algunas traducciones del francés al español que hacían reír y el profesor nos hacía hincapié en ciertos detalles para que no cayéramos en el error. Recuerdo el texto de un tal Basciany que decía: «Mi padre está un famoso botiquero que no entiende mismo la poesía». Y, refiriéndose a la comida española, un profesor les decía a sus alumnos: «Todo va bien, pero los habichuelos me ponen mala».

Estaba con un montón de folios encima de la mesita de noche, estancado, sin nadie con quien hablar en aquel cuarto cochambroso que olía a sopicaldo de hospital, en una ciudad que no conocía, desorientado, sin dinero y sin futuro. Me había hecho muchos planes, hermosos y alocados; pero irreales, como la mayoría de los proyectos de la juventud. Me sentía más solo que el día en que mi madre me dejó en el patio de columnas de Buenavista, con el padre Velasco.

Eran casi las siete de la tarde y llevaba más de dos horas con un párrafo de siete líneas. Empecé a preocuparme. ¿Sería verdad que la monja me estaba tomando el pelo? Yo era capaz de mantener una conversación con cierta fluidez, aunque en ocasiones recurría a lo que “El Colilla” llamaba «Traducción libre». Cuando uno es joven, se atreve con lo que sea. En palabras suyas, a propósito del viaje a Perpiñán: Quand j’ai n’avais pas ni pugnetaire idée de que allez la chose, cherchais le recourse d’une autre mot semblable, pour sortir du pas.

Más adelante, aprendí que traducir no es la tarea más indicada para gente necesitada de dinero, como era mi caso; que una buena traducción requiere tiempo, calma y tranquilidad, y yo no tenía ninguno de esos tres requisitos; pero, como digo, eso lo aprendí más adelante. Había trabajado toda la semana a plena dedicación y no había llegado a la mitad de la tarea.

 

roan82@gmail.com

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