La Estación de Linares‑Baeza cae, siguiendo el sentido de marcha, a la derecha. Algunos viajeros ya habían copado la puerta de salida. No quise precipitarme, puesto que aquí se suele hacer cambio de máquina y se separan los coches que van para Granada de los que lo hacen para Sevilla, con lo que la pausa puede superar los quince minutos.
Los viajeros vamos saliendo displicentemente del tren y se va produciendo la consabida escena del recibimiento familiar.
Algunos ya se habían adelantado y, entre ellos, una pareja (hombre y mujer), de edad “casi” avanzada, se había instalado en aquel dichoso banco donde dejé la bolsa olvidada unas noches antes.