Cómo pasa el tiempo… Hoy he estado en Cazorla unas pocas horas, pues no era buen día para andar por la Sierra y decidí husmear por esas callejas maravillosas con olor a pueblo serrano. Como mucho alejarme del casco urbano, llegué hasta el Santuario de la Virgen de la Cabeza, cuestas arriba agotadoras para el cuerpo y gratificantes para el alma, desde donde se domina toda Cazorla: el castillo de las Cinco Esquinas y el de la Yedra, San Isicio, la Loma, la Campiña, el Valle…, y en el horizonte: Úbeda, Baeza, Sabiote, Iznatoraf…
Hacía mucho frío, no estaba nublado y la Sierra vestía el blanco de una nevada tardía. Me quedé a comer en el pueblo, desechando el austero y preceptivo menú de la mochila que cansinamente se repite cada día de marcha. «Total, un día es un día ‑me dije‑ y no hay nada mejor que encontrarse la mesa puesta con un menú serrano, un buen vaso de vino tinto y prescindir de fregar platos. Que me lo pregunten…».
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