Crónica de una entrañable celebración, 01

Todo empezó cuando declinaba el pasado verano…

Un tanto seria y a los postres de una comida, Margarita nos dijo que se casaba; y que, además, ya tenía día: 6 de abril de 2013, sábado… El sacramento religioso se oficiaría por la mañana en nuestra parroquia (San Nicolás de Bari de Úbeda, Jaén) y el local de la comida estaba por determinar…

Los tres (madre, padre y hermana) quedamos de piedra, pues no esperábamos tal rapidez y contundencia. Dio razones más que convincentes, entre las que destacó que su mutuo amor no podía esperar más… Agregó que era ella la que deseaba comunicarlo personalmente a los familiares y amigos más cercanos… Y así lo hizo.

Así comenzó una larga y apasionante aventura (cual carrera vital), en la que principalmente los novios (José Antonio y Margarita o viceversa), ayudados por sus familiares más cercanos, coronarían la meta propuesta. Por el camino, quedó una gran mujer que aceptó el mandato divino de estar ausente en la boda de su hijo, siendo madrina de honor desde el cielo…

Cursillos y papeleos, preparación católica y humana avalaron la decisión tomada. Padres, familiares y amigos comprendimos y arropamos esta sabia resolución.

Los múltiples preparativos de la boda no se hicieron esperar: elección y diversas pruebas del vestido nupcial, así como de los demás componentes familiares nucleares (madre, hermana y padre ‑que sería el padrino, y que habría de ponerse el terno que la ocasión requería…‑); todo fue incuestionable.

Preparación espiritual y anímica de los contrayentes, padres, hermanos y demás familia cercana. Confesión católica para ponerse a bien con Dios y con los hombres…

El tiempo pronosticado en internet, días atrás, era que llovía el anunciado seis de abril, e incluso podría nevar… Pero, mira por donde, todo se arregló y alguien ‑desde arriba…‑ cambió los planes meteorológicos programados, para que mi hija Margarita no tuviese un día tan aciago ‑en lo meteorológico, se entiende‑ como el de la boda de los Príncipes de Asturias…

¡Y eso que no le bajamos huevos a Santa Clara! (como es tradición en Úbeda, para pedir que no llueva en la boda…); pero sabremos agradecerlo ‑a posteriori‑ de otra eficaz manera…

La mañana del sábado seis de abril quedará para nuestra historia familiar con huella indeleble: a las ocho ya estaban peluqueras y esteticista en casa, manos a la obra; y, en verdad, lo hicieron muy bien; ahí está el resultado: en las fotos, en los vídeos que se grabaron y en la memoria de todos los asistentes…

Los ramos de flores y todo lo demás hubieron de solventarse con pasos y dinero de última hora; y todo quedó a pedir de boca. Ya, días antes, habíamos hecho la prueba familiar del menú, en Baeza, que resultó un completo acierto…

Y llegó el día D (6 de abril) y la hora H (12:30). Todos los trámites y preparaciones estaban dados… Hasta última hora no sabíamos bien lo que hacer: si ir andando a la iglesia o que viniese el coche del novio a recoger a la novia y al padrino… Al fin, nos decidimos: como el día era soleado, aunque fresquito, haríamos el trayecto andando (la novia y el padrino, con sus acompañantes más cercanos) para lucimiento de todos (especialmente de ella), cual si fuese una procesión familiar a la que esperaba ‑ansiosamente‑ toda la vecindad…

Todas las vecinas de la calle y del barrio ‑como se hacía antiguamente…‑ estaban arremolinadas en la esquina o en el recodo de la calle, viendo subir pausadamente, como una reina, a la guapa novia que no hace tanto tiempo fue niña. Incluso alguna había estado limpiando la calleja de excrementos de perro ‑cuando hoy, como ya sabemos, hay tan mala educación…‑, esa empedrada y bonita calle árabe, llamada del Ángel (antigua callejuela de san Nicolás), para que el vestido de la novia y los de sus acompañantes femeninos quedasen inmaculados…

El mismo espectáculo se vivió en la calle san Nicolás y la explanada que hay delante de la iglesia, ante su portada sur. Expectación, palmas y gritos de: «Guapa, guapa, guapa…»; incluso se oyeron su masculino y su plural por doquier. Hasta una tía abuela de la novia, en el paseíllo triunfal de entrada, cuando iban por entre los bancos de la iglesia, piropeó ‑a la novia y al padrino‑ diciéndoles a voz en grito:

—¡Guapos, guapos…!

fernandosanchezresa@hotmail.com

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