Un puñado de nubes, 42

13-05-2011.

Aymara receló porque en el coche vio dos hombres y Alfonso le dijo que la recogería su amigo León. Juan la tranquilizó diciéndole que eran amigos y que pronto estaría libre. Ya los tres en el coche, León lo conducía dando un rodeo, “por si las moscas”, hasta llegar a su casa.

Estuvieron conversando un buen rato y crearon una relación de confianza no habitual en estos casos.

En la cama de Teresa, Aymara se pellizcaba los brazos para asegurarse de que era verdad lo que le estaba ocurriendo. Intentó calmar sus nervios, porque sentía próxima su libertad y quería conseguirla a toda costa. León no podía dormir, pensando en los peligrosos efectos que podría tener para ellos la arriesgada acción que habían realizado; y, pensando en las consecuencias, se sentía importante, aunque su cuerpo temblaba como un flan sin huevo. Juan era el más alterado, porque dos grandes ojos verdes ocupaban toda su atención en la penumbra del dormitorio. «¡Cómo podían existir en el mundo mujeres tan bonitas como ella!».

El sonido del móvil hizo que los tres se asomaran al salón con cara de no haber dormido. Eran las ocho en punto de la mañana. León se lo arrimó a la oreja e hizo ademán para que se acercaran los jóvenes y también pudieran oír. Enseguida se escuchó la voz de Alfonso:

—¿Todo bien?

—Ahora mismo me estaba acordando de ti y de parte de tu familia. Pero en fin, ya no hay marcha atrás. ¿Tuviste algún problema anoche? Tienes la voz un poco pastosa.

—Paolo, el hijo del capo, no se creyó las explicaciones que le di y llamó a su padre, advirtiéndome que, si yo había tenido algo que ver con la desaparición de la chica, lo lamentaría.

—Esto parece una película de la tele, si no fuera porque estoy viendo a la niña delante de mí. Repito que no hay marcha atrás, hay que conseguir que Aymara se libere del mundo de la prostitución y consiga regresar a su país. Estamos contigo. ¿Qué hacemos ahora?

—Por lo pronto que no salga de ahí y nadie la vea. Que Juan le compre ropa y cuanto necesite; y que tenga una maleta dispuesta. Seguiremos nuestro plan. La llevaremos en coche al aeropuerto de Barajas, que estará menos vigilado por Nicola y sus secuaces. He pensado que sea Juan quien la lleve. Una joven pareja pasará más inadvertida. Tú, amigo, te acercas a una agencia de viaje y reservas un billete para el primer vuelo disponible Madrid‑Lima y me dices para cuándo te lo dan. No os olvidéis de sacarle un nuevo pasaporte en el Consulado del Perú, porque el suyo se lo quitó Nicola. Y si le compráis una peluca morena, pues mejor.

—De acuerdo —dijo León, después de que Juan intercambiara una mirada con Aymara y asintiera con un movimiento de cabeza—.

—Ah, por el dinero no te preocupes. Yo pago todos los gastos.

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