La última etapa de mi estancia en Cuba la paso entre cocoteros, palmeras reales, iguanas, caos aterciopelados, playas con doradas puestas de sol… Mi apartamento, a pie de calle, con porche y jardín donde escribo sobre las sensaciones que he venido percibiendo en los nueve días de turista “todo incluido”, entre ricos canadienses y alemanes tostándose al sol, servidos por cubanos con salarios de hambre y animadoras nocturnas con hambre de libertad. No obstante, intento relajarme en esta burbuja de ocio y gula que son los hoteles de Varadero. Soy espectador de un mundo injusto que no encuentra la fórmula de repartir tanta riqueza como genera. No puedo desprenderme de la imagen del vagón blindado de Batista, ubicado en el centro de La Habana para que el pueblo nunca olvide las diferencias entre los gobernantes y los gobernados de una época no muy lejana que ocasionó la Revolución siempre pendiente.
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