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04-12‑2010.
DÍA 10 DE AGOSTO, MARTES
Me he levantado temprano, a eso de las siete de la mañana, y he comprobado que había más luminosidad, porque el sol, desde muy pronto, se encuentra en el horizonte marcando un día soleado y más cálido que el de ayer. He aprovechado para escribir esta crónica, que luego repasaré, y estoy esperando que el resto del personal se levante para desayunar y marcharnos a Vergeroux, que está pegada a Rochefort, que es donde viven nuestros familiares, “Sánchez Cortés”, Patricia y Joselillo. Según nos cuentan los de la casa, está a una hora y media de camino por la autopista, en dirección a París.
Joselillo, Fernando, Patricia y Margui en La Rochelle.
Margarita, como es más dormilona, ha puesto el despertador a las nueve y media de la mañana y luego se ha duchado. Después, hemos preparado las maletas con el fin de desayunar y salir pitando. Anoche Stéphane y Christel ya nos hicieron muchos regalos para llevar a nuestra tierra e incluso algunos dulces para consumir en estos días de viaje. Después de desayunar, Margui ha grabado unas palabras de Stéphane en español, en la webcam, con dedicatoria expresa a los mayores de Úbeda, como regalo personal y entrañable. Christel y Mathis habían ido antes a comprar unas estampas del Mundial de África, que el segundo pega en los dos álbumes que tienen: uno para su hermano Alexis ‑que se encuentra ausente con su tía en Biarritz‑ y otro para él; siempre haciendo la trampa característica de poner las mejores en el suyo y dejar las sobrantes para su hermano. Es un chico muy gracioso con el que Antonio ha conectado muy bien ya que es muy chiquillero y han jugado a las cartas ganando ‑como es lógico‑ el infante.
Nos hemos despedido efusivamente de ellos. Antonio ha cargado casi él solito el “maletaje” y yo he cogido el coche siguiendo a Stéphane, que marchaba por delante con el suyo, para conducirnos a un gran almacén de vinos de la región, donde Antonio ha comprado seis botellas, tres de cada clase, para regalar a sus hermanos y a él mismo por un precio y calidad aceptables. Es lógico, pues estamos en unas de las regiones preferentes del vino de Francia y es digno ver cómo miman este producto salido de la tierra y de qué manera los autóctonos y foráneos bebemos este líquido de los dioses que nos pone siempre mucho más contentos de lo que estamos habitualmente. Después, Stéphane nos ha conducido por las carreteras de salida hasta dejarnos en la autopista que nos va a dejar en Vergeroux, donde nos esperan con los brazos abiertos nuestros primos Joselillo y Patricia con su marido Patrice y alguno de sus hijos. Antes de salir, llamo tanto a mi mujer como a mi padre. Por la primera, me entero de que la abuelita Paquita, ayer, estuvo bastante mareosa debido, creemos, a las cervicales; por lo que Margui hubo de estar casi toda la mañana en su casa para ayudarla y consolarla. Mis padres, gracias a Dios, están bien y ojalá sigan así. Disfrutan de saber que lo estamos pasando muy bien y que estamos entre familiares que nos miman y quieren tanto.
Patrice, Patricia, Margui y Joselillo en La Rochelle. Margui y Fernando en el puerto deportivo.
El viaje es rápido y corto, pues salimos pasadas las once y media y hemos llegado antes de las una al chalé, precioso por cierto, que tienen Patricia y familia. No nos hemos encontrado bouchon; aunque, por momentos, había un tráfico intenso cuando hemos salido de la autopista para ir al pueblo donde viven (Vergeroux). Se ve que, al ser una construcción y calle nueva, el GPS no lleva metidas sus referencias; pero, gracias a las indicaciones de Stéphane, hemos podido llegar casi a la primera; y digo casi, pues nos equivocamos al llegar a la calle de Patricia y seguir el camino del bosque en que continúa; pero luego hemos vuelto y, por intuición, hemos llegado hasta su puerta, donde estaba esperándonos la familia en el porche‑patio de su nuevo y flamante chalé. Otra anécdota que nos ocurrió fue la siguiente: al ir a pagar el peaje y colocarme en una cabina automática, el tique se nos atrancó y no lo leía, por lo que tuvimos que pulsar el botón de ayuda para que nos indicasen lo que teníamos que hacer; incluso, muy amablemente, una conductora de atrás vino a ayudarnos. Al final, pagamos doce con sesenta euros y salimos airosos de la situación.
Fernando y Joselillo en el mercadillo. Margui y Antonio ante la Catedral de La Rochelle.
Llegamos sanos y salvos a nuestro destino, donde nos encontramos con esa entrañable rama de la familia “Sánchez Cortés”, que tan bien nos recibe y nos quiere. Tenían preparada la mesa para empezar a tapear. Nos saludamos efusivamente, damos recuerdos de los que quedaron en Úbeda, repartimos regalos, haciendo ellos lo mismo; y, una vez sentados, llamamos a la abuelita Paquita para ver cómo se encuentra, así como a mis padres, pues Patricia, amablemente, nos ofrece hacerlo desde su teléfono fijo, ya que tienen un acuerdo con Telecom‑Telefónica que no les cuesta dinero. Damos también un toque a Margui madre y Mónica para que estén tranquilas de que hemos llegado perfectamente a nuestro destino y nos disponemos a comunicar todo lo mucho que tenemos que decirnos, recordando siempre a su padre, el tío José, y a su madre, la tía Paula, trayendo a colación muchas anécdotas de su novelesca vida, tanto ellos como nosotros. Así, la tertulia se prolonga con múltiples anécdotas que siempre guardaremos en el recuerdo.
La comida es también exquisita ‑y excesiva‑ pues Patricia, que tiene una especial sensibilidad artística y una muy buena mano de cocinera, la ha perfeccionado con el ejemplo y las recetas de su madre, premiándonos con una comida típica francesa, sin faltar la bandeja de siete quesos diferentes; pues, como perfectos anfitriones franceses, es una costumbre que bien saber hacer.
Pasamos un almuerzo súper agradable como todos los que estamos viviendo estos días. Comprobamos que tienen enmarcada la foto de los “Sánchez Cortés” de la reunión del año pasado, al igual que Stéphane y Christel, y notamos el candor y la aureola con que nos reciben y tienen en cuenta todo lo familiar, pues valoran seguramente más a la familia que los que estamos en Úbeda. La ausencia y la lejanía son dos ingredientes superiores para aumentar la añoranza y valorar a las personas, a los ambientes y ciudades de una manera especial.
En la mesa se encuentran además de Joselillo, Patricia, Patrice, su hijo Antoine y dos de sus amigos. ¡Ah! y Tupi, la perrita amable de la familia.
Una vez que acabamos el ágape, nos preparamos para hacer una visita a la ciudad más poblada y a la que ellos tanto aman: La Rochelle, que no Rochefort, que es en realidad la ciudad más cercana. Nos repartimos para irnos en sus coches. Yo me voy con Patrice y Patricia, mientras Margui y Antonio se montan en el de Joselillo. Por el camino, volvemos a ver mucho tráfico de turistas y veraneantes, pero apenas nos retienen, pues llevan otra dirección a la nuestra.
Llegamos a esta población costera atlántica. Hay muchísima gente y coches, por lo que bien podría pasar por ser una ciudad española o incluso, diría yo, que portuaria portuguesa; por lo que intentamos aparcar en un primer parking que estaba completo y, al final, recalamos en el de la Plaza Central.
Paseamos por sus calles de una manera paciente, contándonos anécdotas de sus vidas y, especialmente, de las de sus padres. Visitamos la catedral y el museo catedralicio, pues saben que a Margarita le gusta mucho la monumentalidad y los museos. Echamos bastantes fotos desde distintos ángulos, especialmente cuando estamos en el puerto. Joselillo nos cuenta la historia de las dos torres de entrada al puerto de La Rochelle: «Fue el cardenal Richelieu el que puso cerco y cadena al puerto para que se rindiera la población de esta región, que por entonces era protestante».
La ciudad nos parece diferente a Burdeos‑centro. Le encontramos más parecido a una ciudad portuaria española o portuguesa, gracias a la multitud de bares, restaurantes o “brasseries” que ella tiene, así como a sus estrechas calles que van a desembocar al puerto. Nos cuentan los destrozos que las tormentas de este pasado invierno produjeron, con el agua del mar, incluso a los bares que hay en la acera de enfrente del puerto.
A Antonio, como ve un par de librerías de viejo, se le van los ojos y prefiere quedarse consultando sus amados libros viejos en lugar de visitar la Catedral de San Luis y el puerto con nosotros. Luego nos cuenta que, con las prisas del cierre, en una de las librerías, habiendo encontrado un libro chulísimo con encuadernación esmerada y buen precio, lo perdió y, al final, no pudo comprarlo. No obstante, se ha quedado con la dirección y el teléfono de un librero de Barcelona que andaba husmeando por allí la compra de libros baratos para luego venderlos caros en su tienda catalana. Según nos dijo Antonio, que entiende bastante de este tema, no eran caros, al ser una ciudad de provincias.
Bien reconfortados hicimos el viaje de vuelta, admirando su paisaje.
Quedamos sorprendidos, al enterarnos por nuestros primos, de que en esta región llueve poco y, ahora mismo, están en alerta roja por la escasez de agua; y que, si se produjesen incendios, podrían coger hasta agua de las piscinas de los habitantes de este lugar.
Cena de gala en casa de Patrice y Patricia.
La cena también es exquisita, pues Patricia es una mujer completísima que tiene magníficamente decorada su casa; es una lectora empedernida y, además, una excelente cocinera. Como le recalco yo a Patricio: «Es una joya, que bien ha sabido aprovechar…».
A eso de las doce de la noche largas, todos acordamos irnos a dormir, pues la velada ha sido completa y la multitud de anécdotas, juntamente con el espíritu de los “Sánchez Cortés”, ha aflorado muy elocuentemente en esta santa casa. Margui ha puesto los vídeos de nuestros familiares ubetenses y a todos se nos han saltado las lágrimas viendo cómo Patricia y Josellillo se las secaban, sintiéndose embargados por la emoción… Hemos quedado en que mañana grabarán ellos el mensaje de vuelta, pues no estaban para hacerlo en ese momento. También escucharon el de Stéphane con su perfecto español.
Yo, en el chalé de mis primos, en Petit Vergeroux. Margui, en su dormitorio.
El chalé está muy bien diseñado y amueblado. Tiene planta baja con garaje, patio con piscina y pequeños trozos de jardín, muy bien cuidado y con unas flores vistosas y preciosas, que hacen acogedora su estancia; y una segunda planta. Como son tan amables, nos han dejado el mejor sitio: su dormitorio y el de invitados, por lo que hemos pasado una noche de sueño muy buena, y casi de un tirón.