El hombre honrado e inteligente tiende a cooperar

03-12-2010.
Epicuro:
La justicia natural es un compromiso de beneficio recíproco, para evitar que un hombre haga daño a otro o sea dañado por otro. No se puede decir que sean justos o injustos los animales que son incapaces de comprometerse entre ellos mediante acuerdos de no infligir ni sufrir daños. (Máximas Principales).

A pesar de Epicuro, las estrategias de la cooperación en la interacción entre animales, no aparecen por vez primera con la especie Homo sapiens sapiens, como veremos inmediatamente. Lo que sucede es que en la especie humana se manifiesta de forma más patente. La involución más completa del cerebro sobre sí mismo y sobre sus propios eventos cerebrales, tiene por consecuencia algo nuevo en la evolución, la aparición de la consciencia refleja. Paralelamente, sobreviene el modo de interacción más desarrollado, característico de los seres humanos, que es la cooperación en su forma de resolución compartida de las situaciones de conflicto.
La cooperación resulta de una actitud general (una metaestrategia) que conduce a obtener lo que se desea, y que no se desee más de lo que se debe obtener. Admite variantes de intensidad que van desde la negociación cautelosa, la negociación “por principios”, como la llaman Fisher y Udry en el conocido Harvard Project, hasta la negociación amistosa o la “resolución conjunta de un problema” (Joint problem solving, en la literatura).
Una de las particularidades más notorias de la negociación cooperativa en su forma ideal, es que de ella las dos partes salen ganando.
La cooperación es un proceso conducido con el mayor respeto con las normas de la moralidad, no solamente en el momento de asignarse los objetivos y en el de atribuir las ganancias. La decencia ética se extiende también a la manera como se procede en la negociación, más precisamente a la metodología de intercambios de comunicación. (Es un contraejemplo de comportamiento, que no es ni ético ni inteligente, lo que sucede en los intercambios entre partidos políticos en las cámaras y en el diálogo público).
Pero cooperación no quiere decir negociación blanda
No hay que confundir cooperación con negociación blanda, puesto que, si bien la negociación cooperativa no es cerradamente egoísta, también será firme y hasta dura, si hace falta, cuando la otra parte viole los principios y normas implícita o explícitamente acordados.
La negociación dura trata a los otros como adversarios; busca la victoria, desconfía, amenaza, presiona. La blanda trata al otro como amigo o hermano, concede, confía, ofrece, cede. La cooperación no se confunde ni con una ni con otra. Idealmente busca descontaminar el problema de toda personalización egoísta. Constituye un ideal de racionalidad, no imposible, pero frecuentemente difícil.
Las razones de la cooperación
No hay duda de que muchos comportamientos humanos del cada día no pueden ser explicados sin recurrir a un cierto sentido de la moralidad cooperativa. Hay mucha gente que dice la verdad, que es fiel a la palabra dada a los extraños, que respetan la propiedad ajena, etc., sin que haya necesidad de la más mínima referencia a principios religiosos.
¿Cómo se explica el que pueda proceder así un animal como el humano que es originariamente depredador?
Una doble respuesta
En primer lugar por “sentimientos” éticos. Ello supone la existencia de una entidad que se llama la “conciencia” en el sentido moral del término. (Que es en alguna manera compatible tanto con el sentido freudiano del Id como del Superego). En todo caso, cuando nos apartamos del comportamiento ético con respecto a los demás, constatamos un sentimiento de culpabilidad. Aunque esta llamada “voz de la conciencia” pueda atribuirse con mucha verosimilitud a la programación social del individuo humano que llevan a cabo los padres, educadores, las ideologías dominantes, etc.
Otra segunda justificación del comportamiento cooperativo de las personas se basa últimamente en una apreciación racional más amplia del propio interés que el del individualismo cerrado.
¿Cómo puede ser racional ceder parte de mis intereses? Sí, lo es. Pensemos, por ejemplo, que la reputación de generosidad y de bondad es un valor comercializable en nuestra sociedad, puesto que a la larga produce dividendos.
Por otra parte, una sociedad no es estable si no existe entre sus miembros un cierto grado de solidaridad, una forma de contrato colectivo.
Muchos pensadores han defendido la idea del contrato social a lo largo de la historia. Platón y Epicuro, en la antigüedad griega. Existe una bien arraigada tradición filosófica de defensa del contrato social en sus diversas modalidades. Los autores clásicos son en el siglo XVI el padre Suárez, Grotius, Hobbes, Locke en el XVII; Rousseau, Hume, Kant en el XVIII.
Concluimos: la cooperación encuentra fundamentos en el sentimiento ético y en la racionalidad de la inteligencia social.
PERSPECTIVAS BIOLÓGICAS
¿Se puede explicar el altruismo sin sentido moral? Dawkins
El altruismo aparece de manera más o menos intensa en toda interacción cooperativa. Dawkins en su, tantas veces citado, libro The selfish gene (‘El gen egoísta’) lo descubre ya en los insectos sociales.
El comportamiento de estos insectos se debe a un repertorio de comportamiento que probablemente está constituido en su integridad por respuestas de origen genético. Una abeja obrera trabaja con ardor por el interés exclusivo del enjambre, no por el propio. Más todavía: llega a cometer suicidio cuando pica al extraño que amenaza la miel de la comunidad. ¿Se puede decir que estas respuestas animales son compatibles con un esquema behaviorista de comportamiento que busca la gratificación, y con un comportamiento de optimización racional del propio interés que define la metaestrategia competitiva en los animales?
Si creemos la teoría de Dawkins, la respuesta es afirmativa. Los verdaderos “jugadores” del juego cooperativo son los genes que la abeja vehicula y no la propia abeja como individuo. Y son estos genes los que buscan la sobrevivencia. Las abejas obreras son estériles y, por consiguiente, no pueden propagar sus genes. En su lugar, la programación genética tiende a proteger la sobrevivencia del capital genético de la comunidad, capital del que ellas participan como sus abejas hermanas sexualmente fecundas.
Dawkins añade otro ejemplo particularmente ilustrativo. En la familia de los himenópteros, a la que pertenecen las abejas, se produce el curioso fenómeno genético que hace que dos hermanas posean más similitud genética entre ellas que la que poseen una abeja madre y una hija. Por eso, curiosamente, una abeja obrera (hembra) defiende más eficazmente la sobrevivencia de los genes, protegiendo a una hermana que protegiendo a su propia hija. (En caso de que la tuviera, si fuese ella fecunda; lo que no sucede con las abejas obreras). A causa de ello ‑anota Dawkins‑, quizás baste la existencia de obreras estériles para explicar el mucho mayor grado de socialización que han alcanzado las abejas en relación con otras formas de vida animal, incluyendo las propias termitas.
Ante estos y otros muchos ejemplos de animales sociales, surge la pregunta: ¿No sería por un sentido de solidaridad genética por lo que el hombre depredador es capaz hasta de ayudar generosamente a un vecino, aun cuando no parece evidente su ventaja inmediata?
Una particularidad de la sociedad humana es que los individuos están ligados por fuertes relaciones de interdependencia y, cada vez más, a medida que las agrupaciones humanas devienen más y más complejas socialmente. En este tipo de sociedad, conviene establecer lazos de cooperación que economicen el esfuerzo que supone la actitud permanente de estar en guardia: la actitud estrictamente competitiva. Nadie establece una tal relación con un individuo que tiene la reputación de no respetar sus compromisos. El historial de fiabilidad y lealtad de un individuo ofrece esas garantías, necesarias para el juego repetitivo que implica la vida diaria de relaciones frecuentes con las mismas personas.
No pretendemos afirmar que las personas sean conscientes del hecho de esta verdadera programación que la evolución de las sociedades humanas nos ha impuesto y que explica, al menos en parte, el factor moral que mantiene el edificio social. Pero sí pensamos que todo negociador que analiza los problemas de la interacción social con cierta profundidad, debiera ser consciente de este importante componente de los comportamientos.
La emergencia de la consciencia, base de la moralidad
Sobre la base instintiva emerge la consciencia y, con ella, el sentido del bien y del mal. Que se sitúa más allá del contrato social. La comunicación, entre individuos de la especie humana y la cultura, asienta las bases para que el hombre llegue, si lo quiere, a liberarse en su comportamiento de las cadenas de las emociones y los instintos.
La percepción de la autocausalidad de sus propios actos reside muy cerca de la esencia misma de lo humano. Sobre la base común con los animales de un sistema límbico, sede de sentimientos e instintos deterministas, emerge el Yo de la persona humana. El Yo que se escoge y se autocrea mediante decisiones y actos preparados en las zonas neocorticales. Por más que, el único animal dotado de racionalidad y consciencia plenas, arrastre irremediablemente tras sí el bagaje irracional, que es el sistema límbico, del que no se puede despegar.
Kant quiso ver en el imperativo categórico, fundamento según él de la moralidad, una huella de la mano de Dios en el alma humana.
Entramos en uno de esos abismos sin fondo que nos abre el cuestionamiento filosófico. Porque la ciencia, y en particular las neurociencias, a pesar de su clara progresión, no llegan, ni llegarán nunca a ofrecernos una explicación total a la sucesión de preguntas que nos abren sus respuestas incompletas, sobre mente, consciencia, libertad. Es mi opinión, y más precisamente, mi opción personal.

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