71. Retirada y hambre

Por Fernando Sánchez Resa.

Aquel día, como nuestra brigada quedaba en línea de fuego y necesitaba nuevos atrincheramientos (que hacía nuestra compañía), solamente nos retiramos dos o tres kilómetros, mientras las ametralladoras enemigas no cesaban de disparar y la aviación nos enviaba su estruendo de bombas. Nuestra compañía tuvo suerte; no así la Brigada 73, que tuvo muchísimas bajas. También acampó junto a nosotros una compañía de ametralladoras (que venía de Madrid), cuyo indisimulado objetivo era ametrallar a las propias fuerzas que huyesen del enemigo: era la puesta en práctica (ante nuestros ojos) de los métodos rojo‑bolcheviques de nuestra resistencia… Menos mal que nuestra brigada era muy aguerrida y pudo contener ese día el ataque de los nacionales; bueno…, era lo que le esperaba a la espalda…

Al anochecer, retrocedimos un poco y otro par de kilómetros a la mañana siguiente, permaneciendo aquí hasta el 8 de febrero. Mientras tanto, estuvimos usando aguas estancadas (sucias y llenas de tierra) para hacer el rancho, puesto que el río nos quedaba demasiado lejos… Habiendo recibido la orden de retirada, partimos a las once de la noche. Una hora más tarde, pasamos cerca de Hinojosa del Duque, sin entrar en la ciudad (alejándonos del peligro, por precaución), pues estaban bombardeándola desde Pueblonuevo y los obuses pasaban runruneando sobre nuestras cabezas…

Por la mañana, llegamos al encinar (distante cinco kilómetros de Hinojosa del Duque), en el que ya habíamos estado dos días antes. El 10, avanzamos hacia la retarguardia. Eran las doce en punto de la noche, cuando entramos en El Viso. Estando en medio del pueblo, sonaron las campanas, avisando que la aviación se acercaba (pues ya lo había hecho la noche anterior). Como la noche era oscurísima y no se encendió ninguna bengala, pasamos inadvertidos. Cogimos la carretera que va a Dos Torres y paramos, precisamente, en el mismo lugar donde habíamos dejado la chabola. ¡Qué decepción verlo todo arrasado…! Nos acostamos al raso y envueltos en nuestras mantas, pues el fresco era respetable. Amanecimos con un espléndido sol, pero en medio de la gran helada que había caído. ¡Parecía nieve! Y aquí permanecimos hasta el día 18, pasando las mayores hambres de todo el tiempo de la dominación roja. El escaso rancho consistía en unas pocas lentejas al medio día y la misma cantidad a la noche. Por eso, en estas fechas, se les dio un bonito nombre: «Píldoras de resistencia del doctor Negrín…».

Para paliar el hambre, hicimos todo cuanto estuvo en nuestra mano: hacer correrías por las huertas cercanas, para encontrar algún tozo de berza o nabillo, enterrados después de arada la cosecha; o recoger cualquier tipo de hierba campestre para cocerla en pequeñas latas y comerla adobada con una pizca de sal. Por eso, comenzaron a morir soldados envenenados y los jefes tuvieron que intervenir en este asunto. También yo quedé envenenado durante dos días, aunque me curé; no así, del hambre… Era tal la que padecíamos, que se intentaba paliar de cualquier manera: yendo a ocho o diez kilómetros de distancia, por si el bombardeo había matado algún mulo o caballo; o, como otros, yendo a desenterrar dos mulos que habían muerto de pésimas enfermedades. ¡Qué pocos escrúpulos y delicadezas tiene el hambre verdadera…!

Úbeda, 9 de julio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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