72. Camino de retaguardia

Por Fernando Sánchez Resa.

Además del hambre exagerada, había dos necesidades vitales que se dejaban ver en nuestra compañía: el calzado y la vestimenta… Era lastimoso y vergonzante comprobar que los soldados sólo tenían alpargatas destrozadas y harapos (al que llamaban traje o uniforme) para defenderse de las caminatas y del mal tiempo; lo que demostraba ser el colmo del abandono, del desastre y de la miseria. Yo tuve mejor suerte, gracias a Dios. Antes de salir de Martos, algunas caritativas almas me equiparon de ropa suficiente mientras yo me encargué de comprar dos pares de alpargatas (por 17 y 23 pesetas, respectivamente), que fueron un regalo en aquel tiempo de escasez.

A la anochecida del día 18, reemprendimos nuestra retirada a la retaguardia, atravesando campos y caminos desconocidos, hasta llegar (de madrugada) cerca del límite de la provincia. Tras descansar hasta las diez de la mañana del domingo 19, la Compañía de Ingenieros y la Disciplinaria partimos camino de Santa Eufemia. Poco antes del medio día llegamos al río Guadalmez, que sirve de límite de separación entre las provincias de Ciudad Real y Córdoba. Nuestro objetivo era construir un puente para poder atravesarlo. Empleamos toda la tarde en ello y, al anochecer, pudimos pasar al otro lado. Esperamos al resto de la brigada para, todos juntos, hacer la parte más difícil del camino: atravesar la Sierra de Alcudia con sus empinadas crestas, en medio de una oscura noche y por estrechísimas veredas que nos obligaron a caminar de uno en uno. ¡Era digno de verse en el cine: más de cuatro mil hombres en fila india!

Hicimos un alto en el camino en lo más abrupto de la sierra y, como el frío arreciaba, se encendieron miles de hogueras para calentarse. Tras un buen descanso, emprendimos la marcha por sendas espinosas y pedregosas que provocaron (en muchos, que iban descalzos) pies ensangrentados y que apenas pudiesen caminar. Comenzamos a descender hacia el valle y pasamos por el medio de un pueblo (Alamillo) que quedó alborotado, pues los primeros que marchaban asaltaron gallineros, llevándose gallinas y ganado a discreción. Sus pobres moradores pudieron recuperar, a gritos, alguna que otra cabra… Seguimos adelante y encontramos la vía férrea que iba a Extremadura. Proseguimos a su vera hasta llegar a las proximidades de Almadenejos, donde pasamos el resto de la noche. Tras caminar veinte kilómetros, estábamos muy cansados; con nuevas hogueras, nos calentamos un rato y descansamos hasta el amanecer.

Por la mañana, nos acercamos más a Almadenejos, acampando en las proximidades del río Valdeazogue, donde permanecimos tres días. Aproveché el primero para darme un baño en el río, pero los dos siguientes descargaron sobre nuestras espaldas una lluvia torrencial que hubimos de aguantar de pie, día y noche, envueltos en las mantas. Con la ilusión de ir caminando hacia la retaguardia y pensando desquitarnos de los malos ratos vividos, todo lo soportábamos con paciencia e íbamos repitiendo la sabida copla: «¡Ya vendrán tiempos mejores!».

Úbeda, 10 de julio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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